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Spica *

lo kinestésico

El Grafito no se diluye

Cristina se miraba las manos buscando algún lunar perdido, algún nebus benigno del pasado, alguna marca conocida,... buscaba aquella tarde de marzo en la que dejó olvidado un lápiz de punta afilada en el bolsillo del pantalón y al ir corriendo detrás de Alberto (su primer amor del cole), se clavó la punta de carbón en la base de la palma. Allí donde terminan las arrugas del destino y empieza un simple antebrazo. Tras el accidente, Alberto (su primer amor del cole) vino a socorrerla, pero tiró tan mal del pápiz clavado en la palma, que rompió la punta dentro de la mano de Cristina, dejándole el carbono instalado para siempre dentro de sus carnes. Y dejándose algo de él mismo, dentro de Cristina.

Esa noche, a solas, y sin aun decirle nada a su madre, Cristina intentaba extraer la punta con ayuda de una aguja pasada por el fuego de un mechero. Así, a lo Mohicano (el último quizás), tal y como había visto en alguna "peli" de indios y vaqueros. Y caballos y revólveres. Y agujas con mecheros.
Pero extraer una punta aferrada en la piel no era tarea sencilla. Llegaba a raspar el trozo de grafito, "rrrrrr", RRRR", "rrrrr", y daba escalofríos. Incluso parecia que la aguja se enganchaba, pero resbalaba y retozaba dentro, y con ella un desgarro más y un dolor más acerado en su mano.

Así estuvo hasta que ya no pudo más, y con lágrimas en la cara le llevó la palma y el carbono a su madre.

Ahora, Cristina se miraba las manos y ya no veía la marca del grafito, la marca de Alberto, la marca de su madre angustiada, la del patio de colegio.
Se había borrado después de 20 años; y no se había fijado cuando sucedió,...

... porque lo cierto es que siempre tuvo "a mano" y a la vista ese punto negro de carbón interior, la anécdota fácil para romper el hielo, el halo misterioso para contar en la intimidad. "¿sabes cómo me hice esto?"... "Me lo dejó enterrado mi primer amor."

Mi primer dolor, mi primer grafito clavado en la piel.
Objeto extraño que al final he diluido dentro de mí; junto con todos esos recuerdos.
Se decía Cristina mientras cerraba la palma, encerrando las arrugas del destino.

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Gerardo

Gerardo Olvida el pez con la boca abierta.
Has como que no tiene bufanda.
Céntrate en el café.
Mira el detalle de la cucharita.
Observa el meñique elegante que apunta a ninguna parte.
Intenta no descifrar los números romanos, aunque te mueras de ganas.
Encaja su sombrero en la cabeza.

Llámale Gerardo.

Y si haces todo esto, le veras como yo le veo.
(Perdona la intromisión.)

Ahora te toca a ti (excepto si te llamas Gerardo).

*

Apunta, tensa y suelta ligero

Apunta, tensa y suelta ligero Señoras, Señores,... público en general…

Esta tarde presenciaremos un duelo entre alfiles.
El arma escogida: el arco y la flecha.
Un duelo entre arqueros.
También asistirán la mente y corazón.

***
En un extremo del campo, Juanito “El Intuitivo” que es capaz de lanzar 10 saetas en la oscuridad y acertar más de una, o dos, alguna de forma mortal, y las demás rozando el blanco, si es que no traspasan otras partes no menos importantes. Hiere corazones y asombra hasta quitar el habla.

Lleva el orgullo por bandera y la visión es todo para él, aunque esté a oscuras. Su mirada se centra en el blanco, no importa si éste está lejos o cerca. No importa si éste está inmóvil o inquieto.

***
En el otro extremo del campo, Juanita “La Certera” que es capaz de lanzar una única flecha, sólo cuando ve la luz, y acertar de pleno, rompiendo el bastidor, traspasando la diana y astillando hasta la flecha. Desmonta las pasiones y desborda mil palabras a quien deja herido.

Lleva el orgullo por bandera y el movimiento lo es todo para ella, aunque esté estática. Su mirada se concentra en la punta del proyectil, no importa si el blanco se desenfoca o se hace pequeño. No importa si se hace borroso o nítido.

Se miran con respeto y esperan mientras miran al cielo y sus arcos tocan tierra. Juanito “El Intuitivo” y Juanita “La Certera” esperan una señal.

Y en el cielo hay tormenta.

(señoras, señores, público en general sean pacientes y no se muerdan las uñas!)

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*** Si hoy lloviera

Si hoy lloviera, saldría a mojarme. Y si fuera apropiado, me descalzaría. Y si la lluvia cayera furiosa, me desnudaría. Y si cayera suave, la bebería con la cara al cielo. Y si por las aceras corrieran ríos de lluvia metería mis pies en ellos. Y si la ciudad estuviese deshabitada viviría así por siempre. Y por fin, llovería afuera, como llueve dentro de mí.

*

Madrilópolis

Madrilópolis Esta mañana, cuando he salido a la calle, he visto a un hombre corpulento y con gafas, cambiarse en una cabina de teléfono. Era Clark Kent.

En serio, era CLARK KENT! Aquí en Madrilópolis. Yo no lo entiendo, pero eso no importa. El hecho es que le he visto dar un montón de vueltas sobre sí mismo y se ha convertido en un hombre de capa reluciente. Y por supuesto se ha ido volando. A hacer el bien. Digo yo.

Yo, sin pensarlo ni un minuto, me puse el traje de Clark Kent, sus gafitas pusilánimes, su trajecito aburrido, su maletín desgastado... y salí rumbo al Daily Planet. Lo que es una cosa mucho mejor que mi trabajo de becario en una agencia fiscal. Joer, no cabía de gozo: era CLARK KENT. No es como ser Superman, pero estoy a un paso de serlo.

Y cómo todo es un ciclo cósmico (incluso en el mundo de los superhéroes de pacotilla) estoy impaciente por saber quién se queda con mi disfraz, y así el siguiente, y el siguiente... y hasta el infinito. También querría ver la cara de “mierd...” (traducido de: "oh, shit!") de Superman, cuando regrese y vea que ya no tiene una segunda personalidad. Todos a cambiar. Todos a dar vueltas sobre sí mismos. Todos a buscar qué hay en una caseta telefónica.

Y todas estas cosas, ahora las investigaré porque soy un periodista del Daily Planet. Pusilánime y aburrido, pero infinitamente mejor que antes. Soy Clark Kent y estaré cerca de Luisa Lane. Mira tú por donde, no había pensado en ello hasta ahora.

Eso le pasa por pasar por Madrilópolis, al Superman este.

Tiene que estar muy chunga la cosa en Ciudad Gótica para haber venido hasta aquí.

Si, si,... sé que esa ciudad es la de Bat-man, pero es que esta historia trata del cambio. De la sorpresa. Trata del "¿¿qué te creías tú que iba a pasar??"

En esta historia cambia todo.

No sólo los disfraces.

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Investigación peatonal

José y Elisa caminan por la misma acera en sentidos contrarios.
Van al encuentro. Ese de 5 segundos que todos tenemos a diario. Juego de peatones.

(...) Se cruzan.

Si José, en vez de al escote escultural, hubiese mirado a los ojos de Elisa, ella se hubiera enamorado.

Y él, también.

¿De quién es la culpa de este pequeño drama doméstico; de José o de Elisa?

Quiero un culpable.

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Don Apol(o-a)nio Aguirre

Don Apol(o-a)nio Aguirre Don Apolonio Arregui era, en exclusiva, supervisor de segundo nivel en el área de explotación de sistemas de la empresa YOGURDEPERA S.A.

Un buen día se le ocurrió a Don Apolonio Arregui, buscar un segundo empleo.

Esto no tendría la mayor importancia, si no fuese por la curiosa circunstancia de que deseaba intentarlo en la misma empresa donde YA trabajaba.

Y apareció la oportunidad: un puesto maravilloso como Técnico experto de Control de Calidad de primer nivel en el área de Organización de la empresa YOGURDEPERA S.A., para el cual Don Apolonio, envío su CV con el nombre un poco modificado... Apolanio Arregui.

Así nació la locura; y su esquizofrenia gemela.

Es quizás, innecesario describir, como Don Apolanio Arregui (un hombre de recursos) mintió con descaro, adoptó dos apariencias diferentes y con una confianza desmedida obtuvo su segundo empleo en la empresa YOGURDEPERA S.A.

El punto es que se enfrentaba a un reto del que no había documentación previa o pruebas físicas de que se hubiese llevado a cabo. Y se ha de decir, que intentó buscar algún precedente en la biblioteca pública. Sin éxito.

Así fue como Don Apolonio, forjando una leyenda personal, se aferró con angustia y un poco de descaro a su agenda electrónica. Con ella podía organizarse día a día, combinando días de vacaciones de su primer trabajo, para utilizarlos en épocas que se requería de su presencia a tiempo completo, en el segundo. También coordinaba con acuciante lucidez los tiempos del café y el compartir con los compañeros de faena, controlando sus tiempos y el de los demás, así como las costumbres para estar con unos y con otros sin levantar sorpresas. Sabiendo cuando bajar por las escaleras centrales y cuando subir por las de la entrada. Manteniendo un orden en sus idas al baño y el saludo adecuado según aquel empleado que le conociera en uno u otro papel. Todo sin fallos y siempre en la cuerda del malabarista que camina sin red.

Y Don Apolonio lograba este equilibrio a las mil maravillas.

Vivía en constante excitación, en constante peligro laboral, en la cruda sensación de topar, mañana sí, tarde también, con sus dos jefes en el ascensor. Y aunque esto pareciese una desgracia, en el fondo de su orgullo, de su vanidad, Don Apolanio se decía a sí mismo que lograría triunfar y salir airoso de tamaña situación.

Todo esto sin entrar en detalles de cómo controlaba sus ingresos, su declaración a hacienda y la ausencia de vacaciones a su esposa e hijos.

Vivía Don Apolanio, exclusivamente para su trabajo. Perdón,... quiero decir: vivía exclusivamente para sus dos trabajos.

Ocurrió un día la graciosa coincidencia, que por la naturaleza de sus dos trabajos, Don Apolonio debía auditar en materia de calidad a Don Apolanio.
Qué día.
Qué risas se echaron los dos. Allí en el bar cerca de la empresa, Don Apolonio se auditó así mismo, Y cada uno quedó encantado con la profesionalidad del otro. Todo halagos y parabienes. La agenda electrónica, al fin descansaba. No había nadie a quien evitar, ni zig-zags qué hacer furtivamente.

Eso si, pasaron unos cuantos minutos ensimismados en quién pagaba los dos bocadillos de tortilla y las dos cañas.

- “Pago yo”, decía Don Apolanio.
- “Faltaría más, amigo mío, pago yo”, decía Don Apolonio.
- “La próxima tal vez...”, insistía Don Apolanio.
- (...)

Y así hasta que... pagaron los dos.

Aunque en realidad, la que pagaba dos veces era YOGURDEPERA S.A.

...es lo que tiene pasar doblemente los “gastos varios por auditoria” y tener a un recurso humano que casi parece que trabaja por dos.

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Alma errante en el Carrefour

La veo en el pasillo y le reconozco. Ella no me ve a mi.
Dejo el carro lleno de chorizos, yogures de pera, queso para sándwich y pan bimbo, y le sigo discretamente.
En el pasillo de salsas y condimientos, le veo escoger el ketchup muy concentrada. Y yo muy concentrado retrocedo en el tiempo, hasta aquella mini-cena en la que ella me esperaba con unos divinos tortelinis a la putanesca y yo, con la intención de bromear, fui a por el ketchup, y ella, como siempre, improcedente, me lanzó el plato de tortelinis a la cabeza. Y luego terminamos bañados en ketchup. Entre mares de tomate, sal y vinagre; navegando sobre un plato de tortelinis.

Le sigo de cerca por los pasillos del super.
Y cada balda, un recuerdo. Y ella no me vé.

En los congelados, nuestro viaje a Alaska.
En los vinos, nuestra borrachera dentro de una piscina desconocida.
En las verduras, tu obsesión por las calabazas y tus explicaciones de Feng Shui.
En las infusiones, haciendo el amor vestidos con albornoces robados de aquel lujoso Spa.

Toda nuestra vida en los pasillos de una gran superficie, y resulta que no llevamos un carrito entre los dos.
Yo te sigo furtivo, pasando una película antigua en mi cabeza y tú flotas concentrada entre botes de tomate frito, aceitunas y garrafones de agua mineral.

Y así te sigo hasta que llegas a la caja, con otra vida en tu carrito y yo con la mía olvidada en algún pasillo de todo este inmenso lugar. Esta inmensa vida.

Pagas y te veo marchar, empujando tu carrito, tu nueva vida, concentrada, sin mí.

Y yo me quedo errante, rodeado por cientos de personas, todas con sus recuerdos en el carro, con botes de ketchup, yogures de pera y pan bimbo.

Todos menos yo.

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Berenjenas burlonas

Berenjenas burlonas Te veo desde mi mesa, y sé que lo estás pasando mal.
Se te olvida colocar la servilleta sobre tus piernas. Desalentado te das cuentas de que todos ya la han “bajado” y empieza tu calvario. La dejas resbalar muy despacio, hasta que cae una punta sobre tu pierna, y luego con una mano oculta, tiras de ella hasta que cae completa. Suspiras. Te suda la frente. Bebes agua. Esa agua que será tu tabla de salvación durante toda la comida.

Te veo desde mi mesa y, mientras yo como "berenjenas sonrientes", sé que lo estás pasando mal. Allí entre todos esos comensales, no sabes que decir, ni que hablar. Te hacen una pregunta y tu frente se acalora, subes la servilleta de tela para secarte el sudor y olvidas colocarla en tu regazo. La pones al lado del pan. Al lado de la copa de agua por la mitad. Y el pan llora. Ese otro amigo que mordisqueas incesante. Que despellejas, que desmigajas. Miras de frente, pero no ves nada. Buscando escapar, aunque yo no lo sé.

Te veo desde mi mesa y quisiera rescatarte, llevarte hasta tu casa, que es dónde quieres estar. No en esa mesa, rodeado de desconocidos, imitando los movimientos, para no quedar mal. No quedar como un paleto. Como un invitado de cartón. Y no sabes si estás muy cerca de la mesa, o muy lejos. Te remueves. bebes agua. Desmigajas. Tragas seco. Te veo. No sabes poner los pies de manera relajada. Los cruzas una y otra vez, sin descanso, con inquietud. Nadie sabe por lo que estás pasando. Perdón, nadie no. Yo si.

Te veo desde mi mesa, y veo que te traen el primer plato. “Oh! Mira”, has pedido lo que yo: “berenjenas sonrientes”, te apartas un poco y sucede lo inevitable; se te cae la servilleta de tela debajo de la mesa. Terrible. Que angustia. Shhhh!, nadie se ha dado cuenta. Y tú sudas, te incomodas, quieres gritar y no puedes. ¿Quieres gritar?

Nadie se ha dado cuenta, excepto tú, yo y las “berenjenas sonrientes” que a ti te parecen las “berenjenas burlonas”, que se ríen y se ríen de ti.

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!

De ti y de tu vergüenza.

¿y te digo lo que pienso de todo esto; que veo desde mi mesa?

Que no mereces los cubiertos.

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¿Tequila?

falta-algo

*** 2 dedales Tequila

*** 1/2 dedal de licor de naranja

*** 1 dedal de limón recién exprimido

Agitar muy, muy, muy bien. Servir en copa de martinis heladas. Poner un toque de sal en el borde de la copa.

El resto... es la noche por delante.

*

qwerty

qwerty Mi padre fue un hombre muy estricto, muy justo y muy distante. Siempre muy "muy".
Con 12 años, hubo un período en el que mi meta día a día era impresionarle.
Demostrarle que yo era el mejor en todo lo que emprendía, desde mi colección de pegatinas hasta mis jugadas de ajedrez (que ocurrían en nuestras pequeñas guerras).

Un día, desempolvé una vieja máquina de escribir y me propuse aprender mecanografía en 20 lecciones, empezando la primera a las 5 de la mañana de un sábado.

Me sentaba en la cocina con la puerta cerrada y haciendo cortas pausas para mirar la madrugada extinguiéndose por la ventana. A las 6 en punto entraba mi padre, revisaba mis textos, yo digitaba con más fuerza y él me preparaba un zumo de naranja gigantesco antes de marcharse a sus cosas.

qwerty, qwerty, qwerty, qwerty, qwerty, qwerty, qwerty, PLIN!
asdf, asdf, asdf, asdf, asdf, asdf, asdf, asdf, asdf, asdf, asdf, PLIN!

Mi propósito, con toda aquella parafernalia, era muy sencillo: 1.) dejar de escribir con sólo dos dedos, 2.) hacerlo sin mirar las teclas y 3.) escribir bastante más rápido que de la forma manuscrita. Apenas, ahí es ná.

Así estuve una larga temporada, hasta que mi poca paciencia y mi ascendente somnolencia, suspendieron esa idea de mis planes adolescentes.

A mi padre no le importó y a mi tampoco. Y quizá ese fue el comienzo de buscar otras formas de autoafirmación y de encaminar la relación con mi padre por otros derroteros (tristemente igual de inútiles).

Pero aquí no acaba la historia...

Esta mañana, mientras corregía un informe en el trabajo, en un impulso que asemeja un salto en el vacío, el mirar estereogramas o montar en bicicleta sin las dos rueditas de atrás, he empezado a escribir sin mirar el teclado, a una velocidad vertiginosa y usando dos dedos de cada mano. Tres de dos no está nada mal, para el primer intento 20 años después.

Ha sido un impulso bonito, raro, excitante e inesperado, desencadenado por "nada", por probar algo más rompiendo un paradigma de escribir sin soltarme.

Me he asustado tanto, que casi doy un salto de gato asustado o un grito de guerrero celta. Al minuto, me he calmado y me ha provocado beber zumo de naranja y mirar por una ventana en la que se extinga alguna madrugada.

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Sandblasting

Sandblasting Parte I

Paco aprendió la técnica a cielo abierto, bajo un sol inmisericorde y mortal. Trabajaba para una petrolera japonesa en una región inhóspita del desierto de Bolog. Lejos de todos menos de los fósiles amalgamados que había bajo sus pies.

Allí se sentía como un muñequito de lego, entre mil estructuras de acero y aluminio, tanques imposibles de 30 metros de altura y tan anchos como una piscina municipal. Paco, en medio de la nada, se sentía entre piezas brillantes bajo una lupa inmensa. Rodeado de tuberías zigzageantes, válvulas, actuadores, motores negros y aceitosos, polvo de arena amargo, virutas, gomaquemada, olor a gasoil, a diesel virgen.

Un lugar dónde bebes el agua, dejando que te caiga sobre el pecho y que resbale hasta los pies.

Paco trabajaba puliendo por dentro, esos tanques gigantes, sin lijas, ni barrenos, ni mecanizados complicados.

Simplemente la arena. La misma que todos pisan y respiran, la cual es impulsada a gran velocidad a través de una manguera, para estrellarse sobre aquellos tanques de acero. Y por donde pasa ese chorro opaco, queda un rastro cristalino. Un espejo brillante y sin fricción.

(la arena, naturalmente, no cambia, se mueve y se recicla, pule, salta y se respira.)

Eso es el sandblasting.

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Parte II

Paco camina por la arena, de una cala andaluza. Muy lejos del desierto.
Aquel desierto que le hizo de acero, pero que le oxidó, le trizó, le hizo rugoso...
Allí donde comprobó el poder de la arena que desgasta las rocas, los metales y los cuerpos.

Ahora Paco camina descalzo, muy despacio, dejando que El Levante, impregnado por la arena, le estremezca todo el cuerpo, le remueva todo el óxido.

Sintiendo esos alfileres amigables, mientras cierra los ojos y la boca.

Y allí se siente un tanque, un espejo brillante.

Eso, también, es sandblasting.

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Simulación en Excel

Simulación en Excel Otra extraña sensación la que he probado hoy (con ayuda del EXCEL).

Me hallaba entre miles de números, inútiles variables económicas, saltando por todas partes dentro de 120 hojas de excel, hojas abrazadas entre sí, datos atrapados en redil de celda en celda,... y entonces; he visto claramente que cada hoja era un día de mi vida, y una hoja saltaba a otra con gran facilidad, trayendo todos los datos de la anterior, y agregando y restando chispas y sombras, pérdida y ganancia. Alterando el resultado (de mi vida), calculando un nuevo escenario (de mis vidas), analizando el TIR, el VAN, el ROA, el EBITDA y el OIBDA, y muy al final, después del impuesto (de vida) conquistar una razón para decir que TODA ELLA es rentable. Que mis gastos sobre ingresos van en buena proporción, con un saldo a mi favor. Y si así no fuese, que lo he invertido en magníficos proyectos.

Saltando de cuenta en cuenta entre cientos de páginas, todas enlazadas, TODAS EN-LA-ZA-DAS, con el mimo de un chino, con la paciencia de un relojero, con las sumas perfectas. Reportando un beneficio,... entre cientos de días, todos enlazados, EN-LA-ZA-DOS, como los gestos de un mimo, y la impaciencia de quien usa un reloj. Y busca un beneficio.

Entre números y días he calculado mi vida, he obtenido un valor final, todo ello enmarcado en una retícula cuadriculada y perfecta que todo lo controla.

Un valor final.

Y hastiado de tantos recovecos, de tantos conceptos de negocios, he oprimido el botón de cerrar todas las hojas (esa equis de arriba) y como era de esperar, ella me ha preguntado si deseaba guardar los cambios efectuados en toda mi larga vida...

***Inversiones de vida, Gastos de Personal querido y detestado, Provisiones de tiempo y lágrimas, otros gastos externos nada superfluos, de viajes estelares, marketing promocional de mí mismo, productividad cerebral, ingresos afectivos, desgaste emocional, arenilla de playa, ...

¿Y sabéis que he respondido?

He elegido la opción que me hace renacer, en 120 hojas, con 65536 celdas perfectas.

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Algo pasado

Algo pasado Un día, de pequeño, jugando con que el que era mi mejor amigo, terminamos discutiendo por “algo”.

Le eché de casa y los dos lloramos por “algo” que se anudaba y retorcía dentro de nosotros.

Lloramos, yo en mi casa y el rumbo a la suya, porque teníamos “algo” en los ojos.

Pasada una hora, estábamos jugando nuevamente en busca de “algo”, explorando, inventando, desafiándolo todo.

Nuestras madres, los dioses que mueven los hilos invisibles, hablaron sobre “algo” y mi amigo regresó para rescatarme de un rincón en el que yo estaba oculto. Nos abrazamos, y prometimos no volver a discutir, mientras nuestras madres bebían y picaban “algo” en la cocina.

De repente “algo” así viene del pasado, y te coge por el cuello, y no te suelta hasta que lo escribes.

Y una vez escrito, es como tumbarse sobre algodones.

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Trupimán (cuidado!)

Trupimán (cuidado!) Trupimán siempre desconfió de quién acechaba allí afuera, cada vez que abría la puerta de su casa.
Era un miedo natural, que quizá se reforzase viendo las películas de kung-fú de los monjes shaolín, en los que el malo siempre estaba detrás de la puerta, con las manos prestas para un golpe fulminante.

Fue así como, Trupimán, adquirió el hábito de abrir la puerta y “sin decir agua va” dar un salto a lo Bruce Lee. Sin gritar.

Abría la puerta y saltaba, a veces con una patada voladora, otras veces con las manos girando en espiral.
Trupimán repartió leñazos y patadas de kung-fú a...

**...la dulce señora del 3º, (despatarrando su compra hasta el portal y a la dulce señora, también);

**...el señor del 4º que subía distraído leyendo el periódico, (hojas de periódico imitando el otoño por toda la escalera);

**...el chico de las pizza que venía con 3 encargos sin anchoas, (pepperonni en la cara, mozzarella en la escalera);

**...la chica agotada del correo, que venía con un “peazo” de carrito lleno de cartas ajenas, (moratones varios y cartas ajenas entrando en casas ajenas por debajo de la puerta).

Siempre la casualidad. La mala suerte. Siempre saltando como un leopardo. Y Trupimán se disculpaba, ante la mirada aterrorizada de sus víctimas casuales. Pero siempre mirando de reojo a las escaleras, no fuera a saltar alguien de improviso. Y él estaba preparado.

Trupimán siguió haciendo estas espectaculares salidas, hasta que un día...
...hasta que un día se encontró con Bruce Lee, al borde de la escalera.

Y, entre golpe mortal, salto del tigre y manopla de la cobra, Trupimán se felicitaba por ser tan previsor.

*

Caras que no ví

Caras que no ví Estaba aquí, en mi trabajo, y no sé por qué me ha dado por recordar tres cosas placenteras que NO disfruté, pero que yo desencadené:
1.) Cuando, aquel tío del Fiat Punto, aparcó en el espacio destinado para colocar los carritos del Carrefour, y entonces este que escribe, "encajó" su carrito del CARREFOUR entre el Fiat Punto y la barandilla de acero que delimitaba el espacio. Nunca ví su cara y su arrepentimiento.
2.) Cuando, una noche lejana, hablando por teléfono y jugando a la línea caliente por aburrimiento por soledad, colgaste abruptamente, y no volviste a llamar en una semana, avergonzada y riendo entre dientes. Nunca ví su cara y su placer.
3.) Cuando, ordené, cambié, limpié y revolví toda aquella casa, impregnándola de aromas y luces, y me dormí esperándoles sobre las 4 de la madrugada, y llegaron todos cansados, agotados, imaginando que tendrían que hacer todo aquello, y excitados por la sorpresa, cuando lloraron un ratito, sin mí. Y No me despertaron y Nunca ví sus caras. Sólo un buen desayuno a las 3 de la tarde, que me dejaron sobre la mesa, antes de marcharse nuevamente.

Y ahora pienso que hay muchas cosas así en mi vida, pero no paso de estas tres.
Quizá luego se me ocurran otras.

*

Esos culpables

Esos culpables - No, Tommy, no hay que desesperarse. Alguien, miente en todo este embrollo, y es preciso que lo encontremos.>

- Discrepo de tu teoría, Tuppence. Yo, por el contrario, creo que todos han dicho la verdad.>

- Y, sin embargo, tiene que haber un enigma ¿cuál es?


Allí sobre el puente, mirando el río azorado que corría debajo, Ramona cerró el libro haciendo una pequeña marca en la esquina derecha superior.
Sonrió. Encendió un cigarrillo y de la sonrisa, pasó a la risotada seca.

Un simple “JA”.

Algo que nunca harían los cientos de personajes que admiraba y que habían nacido de la pluma de Agatha. De tanto leerla todos esos años, podía recrear infinidad de situaciones, misterios, sospechosos, venenos, “modus operandis”, fallos y desenlaces de la mayoría de sus novelas.

Agatha había empezado tarde en la sufrida tarea de escribir. Y Ramona también había empezado tarde.

“La teína en estado natural es muy venenosa”; aprendió en uno de esos maravillosos relatos. Toxinas naturales, elixires concentrados y clases de química por fascículos coleccionables. Ramona decidió montarse un pequeño invernadero y Ramón nunca imaginó para qué. Ese Ramón que nunca fue un ingenioso Hércules Poirot, ni un elegante Montgomery Jones, ni un abierto hombre inglés de mundo, ni siquiera un opacado hombre de la campiña, triste en su vida social e interesante en la intimidad. Ramón era Ramón (ramonis vulgaris) y sólo ese “pequeño hecho” le hacía culpable. Y a Ramona también.

Aunque ella no dejó rastros.

Fue como un homenaje a Agatha, en agradecimiento a tantos y tantos ejemplos de cómo quitar de en medio a quien te separa del destino. De tu destino. Ese del que también escribía Agatha y Ramona leía todas las tardes. La fatalidad y el destino, eso que también estaba en sus novelas. Y Ramona viviendo de páginas en páginas, entre bailes y hoteles de Mónaco; entre jardines laberínticos y ventanas oscuras; entre casas victorianas y chocolatinas envenenadas.

Esas mismas que comió Ramón, y que llegaron por correo.
Esas mismas que nadie descubrió que habían sido enviadas desde esa misma casa.

Esas, Esas, Esa, Ese, Eso.

Y es que esas toxinas puede que estén en el jardín de tu propia casa. Tú eres culpable. Ella, esos, el invernadero, Ramón, Tommy y Tuppence, hasta el ingenioso Hércules.

“JA”.

Entonces, Ramona lanzó el arma homicida al río.

Y, desgraciadamente, Hércules Poirot iba dentro.

*

s (P) i r e t a

spireta

Frases sueltas, párrafos construidos entre idas y regresos, entre el gris y el blanco....
Entre bañarme el mar y mirarme en el espejo sin mirarme..,,,.
Entre subidas y bajadas por escaleras que engullen, entre volcanes internos y los nervios por fuera.,,,,
Entre líneas aceradas que van de mi corazón a todo lo demás..
No paras de comerte las uñas y los pellejitos de los labios gastados. Entre caminar y mirarte la espalda, y pintar adentro y afuera.***

Y aquí paro que puedo escribir un año entero..
Un año a lo "s (p) i r e t o" , lleno de idioteces y genialidades.
Lleno de risas con jotas en exceso.

De bondad y descargas. Carga y recarga, carga y recarga, como una bateria, como una pila negra y roja...

Norte y sur, positivo y negtivo, bajos y trebles,...
...todo en terrible disonancia, para un final una octava más arriba.

*

Dedicado a - "(v) i r e t a" - en un día muy especial.

Discontinuidad

PICT0112

Mi culo es un tic tac en cada pedalada.
Voy a contra vía, en equilibrio sobre la mediana.
Un coche si y otro no me dicen “quita.de.en.medio”
Mis piernas van tensas y mojadas por el sudor que cae en cataratas desde mi espalda.
Una chica gamberra se asoma por la ventanilla de un 206, y con un jersey me golpea el culo y me llama Indurain.
Un taxista me espeta que “novalgo.ni.un.duro”
Y yo voy dando saltos, esquivando baches leves y tragaluces del metro, asomando mi cabeza dentro de los autobuses rojos, con chóferes irritables.

De premio, tengo el humo, el calor del escape y el vapor del asfalto.

Una bici en Madrid, es como el último canapé en una asociación de anoréxicas; como ir zapatos por la arena caliente; como seguir una conversación en otro idioma – que tú no hablas.

Una bici en Madrid, es una discontinuidad en el espacio.

*