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Imperfecciones

Imperfecciones

Las cosas no siempre salen como se quiere o se desea. Un camarero pone el platito con la vuelta a un cliente, y lo coloca con tanto ímpetu sobre la barra que algunas monedas saltan y caen al suelo, del lado del cliente. Con ágiles reflejos el camarero intenta pasar debajo de la barra, pero se lleva con el brazo dos cañas recién puestas, que caen del lado de adentro de la barra. Su cara indecisa revela que a partir de aquí, el día será catalogado de "mal día". Una señora intentando aparcar, da a un bolardo con el lateral de su coche. Intenta rehacerse y le da con más saña. Se calma, respira, da dos giros de volante y empeora la situación. Cuatro hombres empujan un coche que no enciende, y el hombre que maniobra dentro; frena. "¿Por qué frenas?" preguntan cansados los otros cuatro. "Así nunca nos iremos", le dicen resollando.

Voy viendo todo esto, y detrás de mi, el cliente recoge las monedas y sonríe al camarero; la señora pone su coche en perspectiva (que es una raya más para un tigre) y sabe que una buena excusa todo lo cura; dos chicos con camisetas de Led Zeppelin se ofrecen a echar una mano con el coche; el hombre que frena pide disculpas y hace un chiste.

Casi todo es imperfecto y eso está muy bien.

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23 de Abril... Rosa-rio

23 de Abril... Rosa-rio

En la esquina, ya finalizando mi compra, me espera Rosario, una gitana muy zalamera que siempre intenta colarme un par de rosas de esas de las 7 de la tarde de ayer. Y me mima con sus palabras, con sus ojos canela y sus arrugas como olas que vibran en su cara.

¡Ole Guapo!, ¿con qué vas a acompañar este romero el día de hoy!?... francesillas, geranios, violetas, liliums, rosas... tengo para toda tu casa.

Entonces, como mejor sé, intento parecer experto en esto de elegir flores y voy preguntando y respondiendo a mi gitana hermosa. Porque Rosario es de las de preguntar más que de responder. Y siempre me pilla desprevenido y termino con la sensación de que me ha dado gato por liebre. Pero de camino a casa el aroma del ramo me deja de buen humor.

Un día, Rosario, entre prisas y ronroneos más propios de un gato que de una liebre se dejó olvidado dentro del ramo sus tijeras de cortar tallos. Una herramienta vieja y desgastada que apareció por sorpresa entre seis rosas rojas y seis amarillas, simulando ser un bicho inerte y desorientado.

Entre risas y sorpresa le devolví las tijeras el sábado siguiente, ante lo que sin dudar ni un poco me contesto: "Anda, Guapo si siempre te sale más barato comprarle a la Rosario..."

Y me regaló las tijeras

(Un gesto más práctico que noble, porque ella tenía otras nuevas)

Feliz día de Sant Jordi.

(post inspirado por y su invitación a varios amigos de los enlaces de allí al lado.)

El plan de Skiold (1)

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La chica que fingía aparcar

La chica que fingía aparcar

leoquizzz

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Una página del Océano

Una página del Océano

Se llama Adriana y era la niña más hermosa que un niño de diez años pudiese tropezar con sus ojos. Nunca con las manos. Ella saltaba como un delfín en esa piscina gigante, que en realidad era pequeña. Piscina de cuatro costados. Y a Adriana le pasaban rozando todos los niños-tritones de su edad, admirándola, buscando una mirada o una palabra.

Se llama Mario y siente el cosquilleo en el estómago que anuncia que algo va a pasar. Algo que no pasa, en realidad. Pero Mario vive de posibilidades y cada una es un capítulo emocionante que siempre tiene el mismo esquema: ilusión en el encuentro, discurrir del tiempo inactivo y desenlace resignado cuando cierran la piscina y va rumbo a casa, donde le espera la merienda. Chocolate y refresco no se mezclan.

Pero Adriana, a pesar de ser una sirena, sabe lo que piensa un tritón. Y al revés no sucede, porque un tritón sólo sabe lo que piensa un tritón. Por eso existen mil enciclopedias sobre tritones y ni una servilleta escrita a doble espacio sobre el sentir de las sirenas.

Adrianas inaudibles. Marios que miran debajo del agua.

Y Mario y Adriana juegan en la misma piscina a dos juegos diferentes. Un juego en el que Adriana se casa con un baterista del barrio y Mario recorre dos veces el mundo. Y son tan diferentes, que al final, Mario regresará a esa piscina y Adriana ni se acordará de que sabía nadar.

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Godofredo

Godofredo

Godofredo medía el mundo en términos de su propia vida, es decir, le atribuía a las personas las virtudes o defectos que él se atribuía a si mismo. Una especie de extensión psicológica que pretendía comprender a la humanidad según las reacciones que él tendría en casos semejantes a los que analizaba.

Y entonces Godo, se empeñó en que Picasso no quería defragmentar la realidad, sino que simplemente se aburría de pintar “bonito”. También reinterpretó a Bécquer y supuso que era un hombre despechado y algo cabreado con su primera novia. Y escuchaba a Mozart como si fuese éste fuese un usurpador de otro compositor más genial. De Miró, entendió que le llamaban siempre a la hora de comer, cuando más inspirado estaba y por la tarde no podía trabajar a gusto.

Se paseaba por las artes, lo mundano y lo crucial, reinterpretando todo dentro de él; poniendo el miedo y el valor según el lo percibiera. La locura o el placer según le pareciese.

Godofredo medía el mundo en términos de su propia vida, y se equivocaba del todo. Porque así no eran Picasso, ni Bécquer, ni Mozart, ni Miró, ni Godofredo.

Que lo sé yo.
Yo, que comprendo a Godofredo.

*

Maximum fabulae

Maximum fabulae

Esta es la historia de dos hermanos. O de tres.

Cap. I – El bien que no se ve.

Alnitac y Alnilam nacieron para hacer el bien. Juntos iban y venían por la ciudad rescatando a los inocentes (las buenas personas) de sus tribulaciones. Grandes eran sus proezas por pequeñas que parezcan. Solían batir sus capas en los días soleados y creaban esa brisa inesperada que refrescaba sólo un segundo, justo al borde del sofoco. Soplaban pasteles calientes, evitando quemaduras en bocas inquietas. Susurraban aniversarios apunto de olvidar. Asomaban llaves u otros objetos pequeños exactamente el milímetro necesario para ser vistos a tiempo.

Alnitac y Alnilam eran unos superhéroes imprescindibles para “ciudad-quo-kao”.


Cap. II – El mal que llega.

Alnitac y Alnilam, hacían el bien porque eran buenos, pero uno de ellos era más bueno que el otro. Sólo un poco.

- Buenas noches, Alnitac-, dijo Alnilam justo antes de dormir.
- Buenas noches, hermanito -, dijo Alnitac casi a punto de empezar a soñar.
Pero Alnilam no tenía sueño. Se quedó trasnochado mirando el techo y pensando quién de los dos había realizado más acciones buenas durante el día. Durante la semana. Durante la vida.

Y descubrió Alnilam, esa noche, que su hermano le sacaba ventaja por una buena acción.

Cap. III – Alnilam.

Alnilam se marchó de madrugada, maldiciendo la vida. Pero sobre todo, maldiciéndose a si mismo. Y se hizo malo. El antihéroe malvado de “ciudad-quo-kao”.


Los ojos de Alnilam encerraban en realidad toda la maldad del mundo.

Cap. IV – La lucha del bien contra el mal.

Según pasaban los días, la lucha fue más encarnizada entre Alnitac y Alnilam. Sería largo de contar cada batalla de esta guerra entre hermanos. Dos palmas abiertas una contra la otra. Alnilam escondía la lluvia que empapa, tapaba el sol con un dedo, llenaba el aire de olores incómodos. Alnitac hacía lo posible por contrarrestar toda maldad que dejaba su hermano por la ciudad. Y de paso hacer el bien. Alnitac chasqueaba la lengua contra su paladar y refrescaba el aire, recorría el cielo con espejitos creando una lluvia de soles, sorbía caramelos de menta para resoplar por allí donde no se podía respirar. Fango contra hierbabuena. Carbón contra esmeralda.

En eso consistía la guerra entre Alnitac y Alnilam.

Cap. V – La batalla definitiva.

Un día Alnitac y Alnilam se encontraron cara a cara, en mitad de “ciudad-quo-kao”. Lucharon por siete días y siete noches, destruyendo toda la ciudad. Dejando cascotes y fuego por todas partes. En un lance a traición, Alnilam hirió de muerte a Alnitac.

Y antes de caer, Alnilam recogió suavemente a Alnitac sobre su regazo. Abrazándole.

Cap. VI – Alnitac.

Alnitac murió. Pero antes de hacerlo dijo: “Buenas noches, hermanito”. Y Alnitac se fue al cielo desde donde empezó a soñar. Alnilam hizo con esa una buena acción que igualó la balanza entre ambos. Sólo entre ambos.

Y Alnilam plegó a Alnitac contra su pecho.

Cap. VII – Mintaca.

Alnilam lloró desconsolado y comprendió su error. Y se hizo bueno nuevamente. Pero estaba solo. Y vivió náufrago durante cien años, hasta que apareció Mintaca, quien le cogió de la mano y le llevó al cielo junto a su tercer hermano. Mintaca había presenciado la historia de ambos, sin decir nada.

Le llevó a la región de Orión, de donde eran los tres, donde toda esta tristeza, vileza o bondad no tenía sentido.

Porque toda la historia, no son más que 7 minutos de una tarde de juegos de tres hermanos curiosos y risueños.

Mañana Betelgeuse.

*

Sublimación

Cuando se abre la cafetera que recién hierve suelen caer algunas gotas de agua, del reverso de tapa, justo al borde del círculo enrojecido e incandescente de la cocina. Se agrupan como formando los aros olímpicos, pero en desorden.

Es aquí cuando Ludovico, suele arrastrar la cafetera aun caliente sobre estas gotas, creando un pequeño traqueteo causado por la violenta evaporación del agua entre la vitrocerámica y el metal caliente que contiene el café.

La cafetera trastabilla.
O trastabillea.
O trastabilla.

Rebota a trancos cortos, hasta quedarse quieta. Avisando a Ludovico que ya puede beber su contenido y empezar a relajarse.

Y llegado este punto del día, gracias a este pequeño ritual, ya todo pinta mejor para él.

*

Y despertaron (sin un beso)

Y despertaron (sin un beso)

Aquel fue un día aciago para unas. Y revanchista para otros.
Todo empezó por el azul, que harto de ser nombrado y nunca encontrado decidió tomar las riendas de su propio destino. Al lloroso unicornio le dijo: “ahí te quedas... solo... porque yo me voy”. Caminando, caminando se dió de bruces por puro azar, con el encantado y encontraron tal cantidad de desengaños en común que decidieron unirse. Se sentían como hermanos de toda la vida. Caminando, caminando, a la orilla del camino, se encontraron al valiente: llorando desconsolado. Su caballo se había hundido en el fango.

Y esto fue la gota que rebosó el vaso.

Entre los tres decidieron crear un sindicato, recorriendo los vastos territorios a los que estaban acostumbrados. Echaron mano de sus mejores jamelgos. El caballo blanco de uno, el danzarín del otro, el alado del de más allá. Según iban aumentando en número dieron mil vueltas al mundo buscando a todos los que sufrían como ellos.

Y ya reunidos tomaron una decisión irreversible: fueron a la huelga. Indignados.

No más esas búsquedas absurdas del timbo y al tambo. Era el fin de aquella insensatez de escalar torres de 70 metros sin arnés. Y Rapunzel ya podría usar un poco de champú en su larga cabellera. Pago YA de las horas extras hasta entrada la madrugada. Basta de luchar contra dragones ardientes con el equipo inadecuado. Protección antifuego y espadas con refrigerante incorporado. Abajo las madrastras cabronas y cizañeras. Carreras profesionales claras: ¿para cuándo Reyes?, “se acabó eso de ser príncipes eternamente”. Inciso especial para aquellos de los cuentos rusos, en los que el que se lleva a la princesa es el “tonto más tonto” del pueblo. No más peleas entre hermanos. Una princesa por cabeza. Y respecto a las susodichas; no más princesas sosas con preguntas estúpidas.

Pero por sobre todo... lo más importante... lo ineludiblemente esencial es...
... que las princesas durmientes usen enjuague bucal, antes de besar, que después de 100 años de estar dormidas, hasta las ranas lo sufren.

Pancartas desplegadas...

Huelga de Príncipes ¡YA!
¡Somos príncipes, pero no tarados!

*

1,2,3... ¿4?

1234

(junte los labios como queriendo decir una palabra que empiece por "p")

Ppppppppppppppppppppppppppppppppppppp!
(allá vamos...)

PÄpa, para, para, PÄpa, paaaara
PÄpa, para, para, PÄpa, paaaara
PÄ-PArAPApa, PÄ-PArAPApa
Toooori, tori, tori, tooooori, toooo-RI

(repetir cada vez más rápido y con más seguridad)

(repetir)

(sentir vértigo)

(añadir revoloteo en el estómago)

Voilá!... eres Catalina, la malabarista de Colón.

*

Unos zapatos "grises"

Iba a contar la historia de un par de zapatos que siempre estaban impecables. No había obra de la ciudad que los ensuciase. No había golpe contra el borde de una escalera que los dañase. Perfectos. Siempre con los cordones bien atados. Las puntas equidistantes. Pulcras. La suela como nueva, a pesar del pasar de los años. Del pasear por los suelos, los asfaltos, las infinitas superficies. Unos zapatos como nuevos, muy nuevos. Sospechosamente nuevos con el pasar de los años. Incluso podría decirse que eran más bonitos y pulidos con el paso de los años.

Eso sí... en un viejo baúl, del ático clausurado, de la casa, del dueño de los zapatos, podría usted encontrarse un lienzo envejecido de unos zapatos desgastados, ajados, rotos, raídos, con los cordones sucios y desollados

Iba a contar esta historia, pero me suena a que aLWIDEn se me ha adelantado.

*
No de al botón de "play" de aquí abajo.
Ya le he avisado: No!
No!
Melodía repetitiva que engancha durante un día o más.



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Dentadura chok

Dentadura chok

Saturnino Calleja se acostó contento después de cenar su rebanada de pan integral con zumo de papaya. En su mesita de noche descansaba un libro de Paulo Coelho que había sido devorado con fruición hasta su última página, haciéndole soñar con dunas, tesoros y la convicción de mover montañas con la mirada.

Saturnino Calleja se despertó animado. Había tornado sus temores por la tentativa de descubrir el mundo. “Gracias Paulo” pensaba mientras se afeitaba con calma frente al espejo."Cómo se pronunciará tu nombre: Paulo o Paullo", pensaba.

Saturnino Calleja entró al bar como todas las mañanas y sintió que todas las energías positivas estaban con él. “Gracias hermano Paulo”. Lo que ha de suceder sucederá y un aprendizaje traerá. Pidió una tostada integral sin mantequilla y un zumo de papaya. Ya no más cafés con leches, ni cigarros matutinos.

Saturnino Calleja miró de reojo a la chica que estaba a su lado. ¿De reojo? Los hombres que leen a Paulo Coelho no miran de reojo. Abren los ojos por completo y dejan salir todas sus emociones. Envuelven al mundo con todo su ser. Se aventuran a esa comunicación que sólo los Alquimistas como Saturnino Calleja pueden lograr con la mirada. Movimientos de cejas, un pequeño guiñ...

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Saturnino Calleja no vio venir la mano abierta de la chica de la barra, al grito de “Sádico pervertido, por favor alguien que me ayude”. Tampoco pudo defenderse aceptablemente de la paliza que le propinó el novio de la chica, que apareció de no sé sabe donde. Todo ello entre exhortaciones a que le guiñara el ojo a él. Chok!. Chok!. y más Chok!... A medias pudo escuchar la voz socarrona del dueño del bar que le increpaba para que nunca más entrase en su establecimiento. Chok!

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Saturnino Calleja se acostó con el maxilar inferior desencajado, con cuatro dientes de menos y magulladuras varias por todo su cuerpo sin armadura vital. En su mesita de noche descansaban los calmantes y analgésicos que había tragado con dolor,...

... no sabía Saturnino si dolía más eso, o la transformación de oro a plomo que sufrió el alquimista que llevaba dentro.

*

PELIGRO no tocar!

PELIGRO no tocar!

(Se agradece leer imaginando un comic de Neil Gaiman o Chris Ware)

Hace tiempo, cuando las gallinas tenían dientes, un pequeño samurai dejó su kimono de karate en el cajón y decidió enmascararse con una bolsa de papel pintada con acuarela roja y una telaraña negra de rotulador. Nació Swiberman, un hombre araña modelado con estructura subatómica de los swibers.

Su misión: hacer uso de sus increíbles habilidades de escalada sobre estantes, librerías, mesitas de noche, marcos de puertas, baldas de la nevera y llegar a los lugares más inalcanzables para hacer el bien. Siempre eso: hacer el bien allí dónde resurgiera la entropía. Aunque en esa época Swiberman no sabía nada de termodinámica aplicada.

En cualquier caso, lo que si sabía muy bien era escalar y fabricar sus propios artilugios. Escalar sobre todo en el lavandero de casa, ayudado por unos ladrillos con agujeros que daban al patio interior de un séptimo del edificio más alto de la incoherente ciudad Mólecux.

De su cinturón swibermeniano colgaban las más ingeniosas armas y herramientas; hilo con clavo para enganchar cualquier cosa a más de 1 metro de distancia. Ara esta que requería de una pericia conjugada con su anterior faceta de vaquero, previa a la de samurai jubilado. También disponía de varias jeringuillas con sustancias paralizantes cuya composición estaba basada en dentífrico diluido con acetona y lápiz labial machacado, limonada con enjuague bucal al 70% y una especie de pasta oleaginosa elaborada con aceite de girasol y restos de café. Todas armas letales contra los malvados.

De esta guisa estaba nuestro Swiberman escalando el muro por encima del tendedero a dos metros del suelo desenfundando su rotulador anti-peligro, cuando de repente, una voz familiar pero atenazada por el pánico dijo quedamente: “hijito mío, qué haces allí arriba... ¡!... ¡cariñín!”.

“¿Cariñín?”, Swiberman, frío como el acero y concentrado como estaba, sabiendo que todo superhéroe no debe atender jamás a su identidad verdadera, sólo atinó a susurrar un disimulado: “mamá, ahora no!”, mientras seguía plantando cara al destino que tenía justo enfrente.

Dos trazos firmes con una mano, con la otra sujetando el borde del precipicio, los pies cruzados en un posición de funambulista arriesgado y experimentado.

P-E-L-I-G-R-O (No tocar!) había escrito nuestro intrépido Swiberman sobre lo más alto de la caldera de casa. El trabajo estaba hecho. La advertencia plantada para que ningún alma inocente cayera en la tentación de tocar de forma indebida la caldera volcánica de casa.

Con cuidado y reflejos arácnidos, Swiberman descendió por el marco de la puerta en posición X, cuya dominio era de tal grado, que el propio Swiberman como aliciente heroico ejecutaba con calcetines en pies y manos disminuyendo la fricción casi a cero, y haciendo del acto de escalar una tarea sólo apta para expertos.

Nada más descender, a Swiberman le dieron la paliza de su vida, pero esto ya no es tan digno de contar.

Eso si, la advertencia quedó para siempre inscrita en la caldera surtiendo un efecto disuasorio durante toda la eternidad.

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Sólo se transforma

Sólo se transforma

A Ramoncín, una noche mientras discutía con su pareja, le llegó súbitamente la madurez. Una cuchillada de formalidad. Un piano de cordura reventando sobre sus siete vértebras del cuello; provocando que se quedara en silencio y sintiendo el viento frío que angustiosamente llenaba la habitación. Podía percibirlo. Cerró los ojos un segundo. Dos. Tres. Los abrió en paz con todo y haciendo gala de una madurez asombrosa cerró la boca de ambos con palabras, con gestos y finalmente con un beso. Como si dentro él contuviese la sabiduría de diez letras de cantautores brasileños.

Pero esta historia no tiene un final feliz.

A Enriquín, ese misma noche mientras hacía el amor con su pareja en perfecta armonía, le invadió una sensación de atolondramiento algo extraña. Y unas ganas locas de comprarse una Harley Davidson. Y recorrer mundo. Unas emociones bastante sospechosas.

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¿Quieres una pastilla de cereza?

¿Quieres una pastilla de cereza?

La primera chica a la que me atreví a acompañar a la puerta de casa, tenía trece años y coincidía conmigo en clases de solfeo los viernes por la tarde. Ella se llamaba Ilenia y era italiana. De familia italiana, quiero decir. Recalcar, más bien. Yo también tenía trece años.

Decir que fue un paseo inolvidable, es poca cosa.

Durante ese pequeño paseo de media hora, pudo mostrarme la escuela de natación a la que asistía los sábados por la mañana, la academia de judo a la que iba tres días de los cinco de colegio, la ferretería dónde trabajaba su padre junto con algunos familiares sicilianos, la pastelería que atendían su madre y sus tres tías. Me señaló las hechuras de sus cinco fornidos hermanos que jugaban una especie de balón-mano-asesino en un pequeño descampado al lado de la ferretería, aprovechando para describir lo toscos y brutos que podían ser cuando se les metía algo entre ceja y ceja. Un recorrido por un árbol genealógico, que sin duda alguna tenía más de Secuoya Canadiense que de pino asilvestrado. Y así fuimos saltando de rama en rama, hasta llegar al portal de su casa.

Una vez allí, como recapacitando su proceder y un poco inquieta, me pidió que por favor no la acompañase nunca más a la puerta de su casa ya que su novio de dieciséis años podría molestarse bastante, aunque ambos supiésemos que yo no era ninguna amenaza para su relación. Porque estaba claro, ¿no?, que sólo éramos compañeros de clases de solfeo. Todavía de Judo, pero por favor, de ¡solfeo!

A pesar del panorama que ante mi se presentaba, tuve el valor de meter mi mano en el bolsillo del pantalón y sacar una caja de chiclets de cereza, sacar un boli, que hasta ese día sólo había dibujado notas sobre un pentagrama y muy despacio escribir mi número de teléfono. Y mientras le extendía la caja de chiclets, otro que no era yo decía con mi boca la frase más absurda que había pronunciado en mi corta vida: “Gracias por el paseo. Cuando no quieras llamarme: cómete un chiclet”. Me di media vuelta y me fui a casa con una extraña sensación de victoria. Y de decepción.

Hay tardes de metro, en las que por alguna razón, recuerdo esa frase y me sonrojo por dentro.

Mucho.

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365 díapomuks

365 díapomuks

Hace casi un año, cuando nací, le conocí a través de un dragón que a su vez conocí a través de una Dama. Lo primero que comentó en este blog fue: Los ventanales dan miedo. Yo tampoco me encendería. Y obviamente yo pensé que este comentarista era algo así como el dalai lama enmascarado. Zen total. Con el tiempo, más que zen, entendí que Ariel guarda un buda en su mochila o al menos eso hacía hasta el Buda adelgazó ante tanta desobediencia de preceptos. Él, que sabe contar las emociones, con la misma facilidad que el hombre que calculaba contaba abejas, es un dinamitador de personas.

Confieso que un día me disfrace de él, y nació Evaristo para siempre. Un recuerdo que ahora traigo a mi memoria para este año cumplido. Si algo hubiese que decir en la mesa de Sá, para celebrar con todos, sería aquello que dice: "Vivir en sus mundos es como pasearse por un estante de libros interesantes y alentadores, y no saber cual escoger de tantos que te gustan". Un año, otro año más, otro, y otro es lo único que quieren todos.

Y eso también lo quiere Ariel.

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Duerme abrazado por dos suaves folios

Duerme abrazado por dos suaves folios

A veces, en los días como hoy que no sabes de qué llenarlos, son precisamente aquellos en los que a Antón se le ocurren las mejores ideas a partir de una imagen, de un sonido, de una frase... y estira la mano buscando un lápiz para escribir lo que se le pasa por la cabeza... pero en días como hoy no hay lápices a mano, porque tienen resaca. Se han ido escapados la noche anterior, junto con su portaminas favorito (el de Antón), a la Puerta del Sol y frenéticos se han gastado todo el carboncillo hasta la madrugada. Se han paseado por las calles de Madrid tarareando el “boli bombo”, rayando papelinas, sacando punta a todo, invitando a su mesa a plumas, estilográficas y bolis para demostrar que “borrarse” siempre es mejor que la eternidad. A carcajadas se han burlado de la tinta invisible, reducto de los cobardes y faltos de personalidad. Han exaltado la caligrafía y recordado con envidia  a sus antepasados que escribieron La Iliada, Hamlet o los cuentos de Esopo. Y así mil consonancias curiosas relativas a la tinta y al carboncillo.

Al borde de la madrugada y después de ligar con al menos diez libretas y cuadernillos, se marcharon a trazos cortos y mellados. Pero contentos, como unos felices golfos.

A veces en los días como hoy, a Antón todas sus ideas se le desbordan ante una página en blanco que no sabe de qué llenarla... y aunque supiera, buscara, rumiara, gritase, o hiciera cualquier cosa, ineludiblemente su lápiz estaría roncando pierna suelta debajo del sofá de casa. Y su portaminas...

... su portaminas, ni siquiera duerme en casa.

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Javier Midd(le) v.2006

Javier Midd(le) v.2006

Hubo una época en la que Javier sabía muy bien lo que debía pedir con cada comienzo de año. Deseos renovados. Hojas llenas de planes. Javier, siendo como era, vivía bajo reglas conseguidas con sudor y lágrimas. Como en las novelas. Así que año tras año, pedía valor, para afrontar enemigos y obstáculos sin titubear; reivindicaba creatividad para crecer, creCER, CRECER sin parar y encontrar salidas a su día a día; y rogaba por un pizca de equilibrio, para no ser nunca como aquella mujer borracha que se encontró un día en el portal que invocaba a Sócrates diciendo que ella vivía en los extremos de la vida, la locura o la abstinencia, pero nunca en el medio. Y así iba Javier por la vida, con sus pequeñas metas, sus volteretas acróbatas, ese subir por la escalera de dos en dos escalones...
... hasta que Javier, se hizo viejo; y cargando con un baúl lleno de valor, creatividad y equilibrio, una nochevieja deseó invocar a Sócrates, a Platón y a una mujer borracha. Y no vivir en el medio.

(Con lo fácil que hubiera sido pedir solamente una cuenta de Flickr Pro).

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Infusión, ¡no!, una bolsa de té

Infusión, ¡no!, una bolsa de té

Raquel se despierta sola y camina, ¡no!, se desliza a la cocina, detiene su mirada en dos tazas sucias de café de la mañana anterior. Dos tazas de café. Coge una taza nueva, y piensa en preparar un té. Se mira la cara en la vitrocerámica mientras hierve el agua. Quiere desprenderse de todos los olores, de todas las palabras, del aturdimiento de las últimas horas.

Pero, ¡no!, es mentira que espera a que el hierva el agua, porque el agua no debe hervir. Aprendió ella a no dejar que hierva. Tampoco quiere desprenderse de todos los olores, ¡no!, porque hay un olor que es necesario, que es elemental que inunda los espacios cuando surge al contacto con el agua. Cuando ella quiere. Cuando el agua no hierve aun.

Todos los demás aromas sobran esta mañana. Todos menos un olor encerrado dentro de una bolsa de papel.

Porque al fin y al cabo, Raquel, es una bolsa de té.

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Una idea estropiciada

 

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Tengo una idea. Es como un globo vacío que se llena con inspiración. Muy inspiracional. Una, dos tres inspiraciones. Es una buena idea, verdimanzanar, brillante, expandible, adjetivable, una cosa sublimosante o etérea. Haciéndome creer que mis pulmones orimulsionan Helio, dándole una forma acertada, alivianzotada, un globo que flota, juguerretea sobre mi cabeza. Es una idea como otroracualquieresquea y por lo mismo es diferente. Es una idea en el mundo de ablogorutinamiento. Un mundo hidrogenado y repensitivo. Que puede (e intenta siempre) vencer a quien inspira. Una, dos, tres veces arremeteciendo contra la idea neoreciénparida. El globo se amodorra, se vuelve opaco, le entran las desganas, y como idea va perdiendo fuelleste, como una exhalación, flota torpezista entre el hidrógeno, y se hace verde limón seco, áspera, señalando arrugas, aproximándose al suelo de la continuidad y el embotargamiento. Una idea arremolinada que ni las palabras más originales pudieron salvar. Se remueve en un último estertor, un abocanamiento final, para morir, exhalando su sentido original. He allí una idea desasentida y avulgarada. Una cosa risible.

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