Des-pausa
¿Está esto muy abandonado, no?
Es hora de probar con tres bolas.
Veamos qué tal.
*
¿Está esto muy abandonado, no?
Es hora de probar con tres bolas.
Veamos qué tal.
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Si la imagen no es bastante... prueba a mirar.
(Pero sin tocar, sin perturbar ninguna alma, usando sólo cerillas y salvándote a ti mismo de una muerte segura...)
*
Pulsar el timbre.
El biiiiiiip.
El diiiiing-DONG.
Saber que atisbarán.
Saberse mirado.
¿Qué cara poner?
¿Qué pose?
Por fin, tengo una puerta... con un ojo de pez.
*
Y el genio preguntó lo de siempre con una enigmática sonrisa en la cara.
- Quiero ser el genio de la lámpara y que tu seas mi mujer, y tengas reluciente el interior de la lámpara y me des una vasta descendencia de geniecitos y geniecitas-, respondió el listillo.
Y el genio se quedó muy serio.
Calladito y un poco jodido.
*
¿Y tú?
*
Escribo demasiado sobre el tiempo y viejecitos.
Me estoy planteando seriamente hacer un buen compendio sobre estos dos temas u olvidarlos para siempre.
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¿Qué puede decirse de una manzana, a la que muerdes y sabe a otra fruta tan distinta y tan lejana que no sabes cómo se llama, pero sabes que existe?
Es justo lo que me acaba de pasar.
*
Las cosas no siempre salen como se quiere o se desea. Un camarero pone el platito con la vuelta a un cliente, y lo coloca con tanto ímpetu sobre la barra que algunas monedas saltan y caen al suelo, del lado del cliente. Con ágiles reflejos el camarero intenta pasar debajo de la barra, pero se lleva con el brazo dos cañas recién puestas, que caen del lado de adentro de la barra. Su cara indecisa revela que a partir de aquí, el día será catalogado de "mal día". Una señora intentando aparcar, da a un bolardo con el lateral de su coche. Intenta rehacerse y le da con más saña. Se calma, respira, da dos giros de volante y empeora la situación. Cuatro hombres empujan un coche que no enciende, y el hombre que maniobra dentro; frena. "¿Por qué frenas?" preguntan cansados los otros cuatro. "Así nunca nos iremos", le dicen resollando.
Voy viendo todo esto, y detrás de mi, el cliente recoge las monedas y sonríe al camarero; la señora pone su coche en perspectiva (que es una raya más para un tigre) y sabe que una buena excusa todo lo cura; dos chicos con camisetas de Led Zeppelin se ofrecen a echar una mano con el coche; el hombre que frena pide disculpas y hace un chiste.
Casi todo es imperfecto y eso está muy bien.
*
Desde hace algunos días (quizá meses, en realidad) siento que vivo los días en tramos de dos horas. Alguna veces tres. Nunca más de tres horas y tres cuartos.
Ni siquiera cuando duermo puedo evitarlo. Me lleva mi cuerpo, o algún pequeño minutero interior que señala la partida y el final de cada trozo a recorrer.
No llevo reloj, ni pregunto por las horas, ni siquiera puedo medir con cierta exactitud los minutos; pero de alguna manera sé que voy recorriendo mi tiempo en ciclos de cientoveinte minutos, cientochenta a veces, o en todo caso nunca más de doscientosveinticinco.
*
1943.-
Se veían casi a escondidas. Primero en la plaza, luego en la vereda de adoquines redondos que bajaba hasta su casa. Ella de doce años y él de dieciséis. Vivirían 50 años juntos pero antes ocurriría esto que viene a continuación:
Todas las tardes de domingo, y una vez hechas las presentaciones formales desde hacía varios meses, la madre de Irma (llamada también Irma) se sentaba en el salón de casa a hablar con Rodrigo (novel oficial en estudios), mientras que Irma miraba desde el pequeño sofá toda la escena. No se podían mirar a los ojos, pero Rodrigo se contentaba con admirar el bonito vestido (con pequeñas florecitas bordadas) de Irma. Y sus dignos zapatos. Todo ello mientras daba conversación a la madre de Irma y a algún ocasional tío que se dejaba caer aquellas tardes de domingo. Irma disimulaba que en su vestido una de las florecitas, estaba mal cosida a su manga. Disimulaba para su madre, que para Rodrigo daba igual una cosa que otra. A pesar de su juventud, ambos sabían que todo aquello tenía un sentido únicamente para ellos. Y el sentido se agrandaba, cuando podían caminar más o menos a solas, al marcharse Rodrigo. Un trecho de cinco metros que no daba para mucho, pero si para rozar los hombros y un poco los brazos. Irma disimulaba. Y Rodrigo se marchaba. Se marchaba tanto que un día se marchó por mucho tiempo y cuando regresó, fue para casarse con Irma y llevarla de la mano por el mundo. Pero antes lo dicho: pasar por el altar. Y una vez recién casados, esa misma tarde, el descubrir que más que Irma, aquí el artista del disimulo era Rodrigo, que de un pañuelo blanco y plateado, una vez desenvuelto, deja a la vista una pequeña florecita bordada (de esas mal cosidas a las mangas). Tantos años después de aquella tarde de salón, y todo tenía un sentido.
Y contar esta historia, y repetirlo todo, casi sin darse cuenta, pero con un diente de león y miles de kilómetros y miles de días de distancia. No en la misma intensidad, pero si con algún sentido inexplorado.
*
Un grito en voz baja, sigue siendo un grito.
Un susurro en voz alta, ya no es un susurro.
*
Nunca sospechamos que Alfio vendría aquella tarde de sábado con semejante propuesta.
En su, recién inaugurado, matrimonio las cosas no iban del todo bien, pero aquella idea era algo que no estaba escrita en ningún manual.
Diez días después del convite matrimonial, su esposa debía marcharse de casa con lo puesto para ingresar en un manicomio por orden del psiquiatra que llevaba viéndola toda la semana.
Alfio se plantó delante de nosotros y nos pidió ayuda: "- Necesito que me ayudéis a llevar a mi esposita al manicomio".
Ante nuestro silencio, Alfio completó (con cierto entusiasmo velado): "Pero como no se va dejar, he pensado que nos pusiéramos pasamontañas yo y tú, y tú y tú (decía mientras contaba con el índice) y nos hiciéramos pasar por enfermeros para llevarla a buen resguardo."
"Lo hago por su bien!"-, soltó como conclusión musitada, mirando sus zapatos.
Mientras ensayábamos la mejor cara de asombro que podíamos, el silencio fue cortado por uno de nosotros (al que no le pareció tan mal el plan de Alfio) a la vez que se ponía de pie e imitaba las palabras con sus gestos...
"Accedemos, pero si nos dejas usar palas!"-, y allí dejó la idea flotando vaporosa, ruidosa, trágica y cómica, hasta caer a los pies de Alfio. Sus zapatos centro de todas las miradas.
Todos nos reímos, menos Alfio.
***
Un año después Alfio enviudó, y entonces ya no nos reímos más.
De hecho había olvidado esta tragicómica historia hasta hace dos años; y ahora hoy.
Y hoy es la última vez que la cuento.
*
No me esperes...
... pero igual voy.
*
PD: en el próximo episodio...
VARIANTE PENEPOLESA
Te espero...
... pero no vengas.
*
Cada vez que iba por la calle, le preguntaban si era feliz.
Podía ser en cualquier lugar, en cualquier momento. Igual la chica de la taquilla del cine, que un profesor jubilado en un vagón del metro.
Intempestivamente o meditadamente llegaba la pregunta.
Siempre con aquel tono de tía solterona: ¿Eres feliz?
Y él respondía subiendo los hombros: Pues no lo sé.
Así durante un tiempo.
Pero una noche, en su cama, abrazado, se planteó dar una mejor respuesta a la pregunta. Adaptar un gesto más apropiado.
¿Eres feliz?
Y él respondía con cara de Charles Bronson: Es muy pronto para decir eso.
Por la noche de vuelta en la cama, abrazado, se felicitaba por su respuesta del día, y se conminaba a buscar una mejor respuesta para el día siguiente.
¿Eres feliz?
Y él respondía mirando hacia el suelo: ¿Alguien lo és en realidad?.
En la cama, hacía variantes variantes de la respuesta del día y completaba el gesto anterior.
¿Eres feliz?
Y él respondía mirando hacia el suelo y levantando la vista: ¿Alguien lo és en realidad?, y si yo lo fuese ¿debería decirlo?.
Por la noche en su cama, abrazado,...
... se sentía feliz.
*
Desde la avanzada perfectamente alineada surguió el pensamiento de un guerrero menor de color blanco:
- "Soy un kamikaze".
Así pensó por delante de la esbelta torre de su mismo color.
Furiosos caballos, de dos tonos, retozaban a su lado.
Mira!, mira!, allí va el reluciente caballero blanco, protegido por el monje de daga afilada. Qué maniobra.
Oh!, qué dolor!, se ha entregado el caballero, y con él su coraje y su destreza, pero a cambio hemos protegido lo que más amamos.
La Dama.
No el rey, la dama.
¿No se trata de eso la vida?, ¿no se trata de eso la guerra sobre dos entramados?, ¿la batalla?
Y un poco de tiempo, si que hemos ganado.
- No me importa avanzar solo. Mi dama lo entenderá.
Y el enemigo quedará desconcertado. No adivina que este pobre peón blanco ha jugado mil veces este juego.
*
Epílogo.-
La blancas ganaron.
El peón murió en la maniobra, pero la Dama negra quedó tan perturbada por ese acto de amor en el campo de batalla enemigo, que no halló inspiración para ganar la partida.
Y es que no había peones tan entregados en sus filas.
Un día se pudo.
Si, así como lo oye. Alguien descubrió cómo abrir puertas interestelares a voluntad de cualquiera y sin limitaciones de espacio.
¿Que querías vestirte hasta el último segundo para ir a la Ópera?... no pasa nada. Con los cordones recién atados, al segundo siguiente estabas en tu butaca del teatro.
¿Que querías visitar el Everest un minutito nada más, sin máscara de óxigeno?... fácil. Hasta con el jersey más gastado y los mocasines del trabajo podías atisbar el horizonte desde la cumbre más alta.
¿Que apetecía ir al water de tu propia casa?... adios a esas delicadas maniobras en los servicios de otras latitudes.
Paro ya de contar. Es fácil imaginar lo que vino después.
El mundo cambio. Para peor, claro. El sistema laboral, económico y macroempresarial cambió de la noche a la mañana. El entramado social y las estructuras conocidas saltaron por los aires. Partiendo de eso, vino el hacer a de cada ser humano. De las cosas más graves que ocurrieron: los repartidores de pizzas se quedaron sin trabajo. Mensajeros, conductores de autobuses, taxistas, pilotos de aviones, funcionarios de correos. Pequeñas venganzas empezaron a tramarse desde cada colectivo afectado. Mejor no contar lo que hacían los furibundos repartidores de pizza.
Lógicamente el Everest fue perdiendo altura poco a poco, aparecieron niños con un sospechoso sobrepeso, padres extraviados por el mundo, suicidios en la luna, vivir siempre de noche, el festival de las 100 cervezas del mundo en un sólo día, microbuceos bajo el mar, carreteras abandonadas retomadas por la flora, auroras boreales extintas de puro miedo escénico.
Un desastre mundial, arropado por millones de destellos interestelares sobre el planeta. Se nos fue de las manos.
Y las consecuencias inevitables... envejecíamos más de prisa. Con cada "salto" se nos cargaba a cuenta el tiempo que hubiésemos tardado en llegar de la manera normal. Los que se dedicaban al mal fueron perdiendo la propiedad de hacer el truco. Los distraidos aparecián donde no debían y allí se quedaban. Finalmente, alguna entidad superior poco satisfecha con el uso que le dimos a ese don, decidió un buen día quitárnoslo.
Un día no se pudo.
Si, así como lo oye. Todos dejaron de abrir puertas interestelares y la idea quedó por siempre en nuestra mente colectiva.
Se dice, que algunos, en ciertas condiciones pueden hacerlo.
Todo apunta al colectivo de los repartidores de pizza cuando llevan un retraso que les hará incumplir la premisa aquella de "en menos de 30 minutos". Pero esto ya es mitología mundana.
*
Hace dos años abrí este blog. Lo cerré exactamente seis meses después. Tres meses después lo reabrí y lo volví a cerrar en una fecha coincidente con la del primer cierre.
Hoy lo abro de nuevo.
Me gustan los ciclos exactos.
Como el de las constelaciones y las estrellas.
Pero siempre, se ha de tener presente, que no hay nada exacto por aquí cerca (o lejos) y que los ciclos siempre tienen un error de un segundo (un minuto, una hora, un día,...) hacia adelante o hacia atrás.
Hace dos años, un día como hoy, escribí una historia sobre un Semáforo.
Mira que cosas tan raras ocurren, que hace una semana (día más, día menos), le dí una moneda de un euro al hombre de la historia.
Había pasado tanto tiempo... que no me reconoció.
*
PD: Y además, hoy si que tengo una imagen que cuadra con el título.
Esta historia se cuenta a diario por el mundo.
*
Ilustración de Kazu Kibuishi. Es una de las historias más bonitas que he encontrado últimamente. Serie Flight. Vol #3.
Después de escuchar el programa de radio, Astor, se sintió tan insignificante que dejó de lado la búsqueda filosófica... y también la búsqueda científica.
Saber que el sol que le alumbra, un día se volvería rojo y explotaría inevitablemente, le hizo pensar en todo lo que había que hacer para salir de allí.
Y le pareció larguíiiiiiiiisimo este avanzar inexorable del tiempo. Tanto le pareció que le hizo llorar durante un día entero.
Luego de eso, empezó a componer tangos.
Y desde entonces, el tiempo se detiene para quién (momentáneamente) deja de buscar entre las letras y los números.
Y llora un poco, y baila, y se entrega a Piazzolla.
*
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