Irma 1
1943.-
Se veían casi a escondidas. Primero en la plaza, luego en la vereda de adoquines redondos que bajaba hasta su casa. Ella de doce años y él de dieciséis. Vivirían 50 años juntos pero antes ocurriría esto que viene a continuación:
Todas las tardes de domingo, y una vez hechas las presentaciones formales desde hacía varios meses, la madre de Irma (llamada también Irma) se sentaba en el salón de casa a hablar con Rodrigo (novel oficial en estudios), mientras que Irma miraba desde el pequeño sofá toda la escena. No se podían mirar a los ojos, pero Rodrigo se contentaba con admirar el bonito vestido (con pequeñas florecitas bordadas) de Irma. Y sus dignos zapatos. Todo ello mientras daba conversación a la madre de Irma y a algún ocasional tío que se dejaba caer aquellas tardes de domingo. Irma disimulaba que en su vestido una de las florecitas, estaba mal cosida a su manga. Disimulaba para su madre, que para Rodrigo daba igual una cosa que otra. A pesar de su juventud, ambos sabían que todo aquello tenía un sentido únicamente para ellos. Y el sentido se agrandaba, cuando podían caminar más o menos a solas, al marcharse Rodrigo. Un trecho de cinco metros que no daba para mucho, pero si para rozar los hombros y un poco los brazos. Irma disimulaba. Y Rodrigo se marchaba. Se marchaba tanto que un día se marchó por mucho tiempo y cuando regresó, fue para casarse con Irma y llevarla de la mano por el mundo. Pero antes lo dicho: pasar por el altar. Y una vez recién casados, esa misma tarde, el descubrir que más que Irma, aquí el artista del disimulo era Rodrigo, que de un pañuelo blanco y plateado, una vez desenvuelto, deja a la vista una pequeña florecita bordada (de esas mal cosidas a las mangas). Tantos años después de aquella tarde de salón, y todo tenía un sentido.
Y contar esta historia, y repetirlo todo, casi sin darse cuenta, pero con un diente de león y miles de kilómetros y miles de días de distancia. No en la misma intensidad, pero si con algún sentido inexplorado.
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