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Spica *

Temas que (casi) me dejo en el tintero

elhombrecirculo

El hombre circular.
Un día se encontró con una llanta de bicicleta, de esas antiguas de hierro, exageradas por delante (la rueda) y diminutas por detrás (la ruedita). Allí se metió, entre la circunferencia, y empezó a rodar de aquí para allá guiado por un señor de bigote y bombín que iba siempre encima de él, subido a un asiento de cuero de ante. Un día ambos murieron bajo las ruedas del primer Ford modelo T que llegó a la ciudad por la circulaban. Cosas del destino. Es el mundo. Es el síntoma natural de la revolución industrial. Hay un monumento en la plaza del pueblo que los recuerda y conmemora. Sólo quedó el hombre dentro del círculo. Era más llamativo y bonito.

Sustitución.
Vincent Van Gogh en realidad pintaba claveles. Pero un día subió el IPC desmesuradamente en Holanda, y fue imposible para su mermado bolsillo seguir comprándolos. Los girasoles, en cambio, eran gratis. Desde entonces no se pone en duda la estrecha relación entre la economía y el arte.

Empatía.
Marco Antonio, descubrió un día que era políglota. Paseando por una calle de Londres, y sin tener la menor idea del idioma local, empezó a preguntar a la gente fingiendo que sabía hablar inglés. ¡Wachu!, ¡Wachu¡, ¡Wachu!. Lo mismo le sucedió en Frankfurt; ¡Berjeimer!, ¡Berjeimer!, ¡Berjeimer!. Y en China. Y en Nueva Zelanda. Y en Brasil. Y en el Ártico. Marco Antonio caía tan simpático haciendo esto, que de inmediato se hacía entender por sus interlocutores. Todos compañeros del manicomio.

Mentolín y Melissa.
Antes de nacer ya tenían ese nombre. El escritor no hallaba inspiración para conseguir más. Ya había gastado todos los nombres posibles en sus historias. Fatigado había exprimido los libros y diccionarios de nombres. Hebreos, Latinos, Germánicos, Griegos, Escandinavos. Se había apostado a las puertas de los hospitales buscando nuevas creaciones. Descabelladas, mixturas imposibles, pegotes nominales. Lo había usado todo a su alcance. Y aquella tarde en la se le ocurrió una historia más, angustiado por la ausencia de etiquetas para sus personajes, compró una caja de caramelos. Escrito en letras muy pequeñas se podía leer: ingredientes activos, Mentolín y Melissa.

Los espacios del parking.
Mentolín va en su coche buscando un lugar en el cual aparcar. Mide los espacios y concluye que si todos aparcaran como debe ser y sumados todos los defectos de distancia, él podría entrar cómodamente en algún lugar. Y mientras da mil y una vueltas, desarrolla más teorías. Una de las más dramáticas es que evidentemente hay coches aparcados que nunca serán recogidos por sus dueños, ya que estadísticamente hay un porcentaje de personas que mueren, y no vuelven a sentarse frente al volante, y sus coches quedan aparcados, día tras día, calle tras calle, año tras año, vuelta tras vuelta. Entonces, como la cosa se pone muy trágica y deprimente, Melissa (que va a su lado todo el tiempo) le empieza a contar historias divergentes que le desconecten mientras da mil y una vueltas... y entonces le parece perfecto empezar con la historia del hombre circular.

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A la Estela de Stella

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Y puede que alguien recuerde a "esa" Stella.

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vKa-pKs

vkpk

Que me lo veía venir.
Y llegó: Karolina Pekas.
Chica de mundo con cara infantil, de ojos bonitos y sonrisa encantadora. Chica de altos vuelos.

***

Karolina Pekas subió a su avión bimotor y le pidió a Eivor Ex que hiciera rular las aspas con fuerza. Una vuelta, y otra, y otra, y otra, y otra vuelta, hasta que con el encendido del motor un remolino se levantara delante de la cabina de Karolina y rugido se extendiera por toda la dehesa.

La srta. Pekas se despidió con una mirada al frente de Eivor, sujetó la palanca con suavidad y despegó como una libélula que sabe bien su lección.

No, no se despidió en realidad, porque la srta. Pekas sabe bien que los compañeros pilotos, siempre vuelven a verse y por eso se les deja allí tirados, en medio de la dehesa y acompañados del sonido que se aleja del avión bimotor.

Karolina Pekas sintió frío en los brazos y en la cara, y pensando en todo el plan de vuelo que tenía por delante decidió relajarse.

Y ... mirar hacía abajo, donde no había nada ni nadie, excepto su sombra deformada.

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Ilustración de Rad Sechrist, fotografiada del volumen i de la serie flight, de flightcomics.com.
Su cautivante portafolio se halla aquí.

¿Ondevás?

ondevas

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Mi amigo Carlos

Mi amigo Carlos

Pasan los años, y Carlos aun intenta quitarse la camiseta con las gafas puestas, estirando el cuello, trastabillando sus orejas, doblando las patas de la montura, arañando sus ojos.

Pero nunca cede. Introduce su mano, dobla las gafas y las saca por delante. Y luego su cabeza (dura).

Cuando decida bajarse la camiseta, quitarse las gafas y repetir todo desde cero, será un buen indicador de madurez (y rendición).

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Dos gatos por uno

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Este era un gato muy feliz que no sabía de qué estaban hechas las cuerdas de su violín.

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Esta es una imagen que siempre quise subir a Spica*. Escribí el cuento sobre el gato y su violín pero buscando en google me encontré con estas dos joyas que considero más adecuadas para esta ocasión. La imagen es de Portland Studios.

Mi gato Bartolo.
El gato borracho.

Pianelita

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El juego era sobre todo, porque en mi cabeza, la estampa de la chica no iba con una flor.
Quizás un revólver, un garfio, un cartel de protesta, un lápiz, un foto de ella misma.

Me cuesta creer que lleve una flor en la mano.

Pero es así. Es lo que sucede cuando nos montamos estereotipos allí arriba.

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(Si pinchas en la foto, hay una foto pequeña arriba a la derecha en la que está la imagen completa)

Pianíssima

pianissima

Este grafitti está justo al lado de mi casa. Lo ví por primera vez ayer.
De cerca y en vivo, los colores son diferentes a los de la fotografía. Con una mano señala hacía mi casa.
En la otra sostiene algo elevándolo un poco.

¿Qué sostiene pianíssima en su otra mano?

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Desmontaje

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Saber montar en bici, no trae como añadido saber desmontar una bici.

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Mi amiga Aila

Siempre que Aila se pedía lavar los platos, al meter el estropajo, empaparlo de lavavajillas en medio de la espuma y justo al restregar el primer cacharro... se daba cuenta de que aun faltaba colocar en su lugar los platos secos de la última vez.

Entonces, a Aila, se le acababa la inspiración. Quitarse la espuma. Secarse. Mirar de reojo.

(Si de la frustración, hasta le entraban ganas de planchar).

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Salamina y sus 12 puntos

Salamina y sus 12 puntos

Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las canas plateadas de Salamina.

Salamina volvió a colocar el libro en el estante y con una sonrisa en la cara cogió las llaves del coche y bajó de dos en dos la escalera del edificio. Descender desde la planta 12 hasta el garaje no tendría mayor trascendencia, si no fuera porque Salamina tiene 83 años. Revitalizada entró a su coche, metió la llave con energía, puso marcha atrás y salió despedida como una bengala rumbo al apacible transitar de otros cientos de coches en la autopista.

Y allí iba Salamina echa un bólido, rebasando por la izquierda, por la derecha, tocando el claxon y dando voces ella sola dentro del coche. Con las agujas de los relojes siempre sobre las marcas rojas. A tope. Tanto que si en vez de neumáticos hubiese llevado rodajas afiladas de cortar pizza, la autopista se hubiese abierto en cuatro tiras, dejando florecer champiñones y anchoas después de su desaforada carrera.

El resto de coches, sólo divisaban a Salamina en sus espejos retrovisores el tiempo suficiente para apartarse y dar paso a la saeta de canas plateadas en la que se había convertido Salamina. Muchos de ellos no olvidarían su sonrisa de suficiencia y sus ojos ávidos de más velocidad. Una demente para recordar en la ronda de reconocimiento en la estación de policía.

Y si piensas que asimilar el desorden y ruido que dejaba Salamina tras de sí es casi imposible, entonces más fácil es entrar en su cabeza y comprender lo que aguijoneaba su mente: más rápido, más rápido, más rápido. Frenar únicamente para girar. Frenar. Justo entonces entornó los ojos en feroz concentración, contuvo el aliento, forzó aquella torsión y dio un volantazo sobrehumano...

En la mente de Salamina sólo zumbaba un pensamiento: la velocidad era poder, y la velocidad era gozo, y la velocidad era pura belleza.

Regresando en el tiempo, Salamina no piensa, deshace un volantazo, se desconcentra, suelta el pedal del freno, desacelera, se suelta del volante, rebobina el ruido del claxon, da paso a cientos de coches, entra de espaldas a su garaje, mete primera, saca la llave, sube de espaldas por las escaleras de dos en dos hasta la planta 12, dejas las llaves del coche, enseria su cara de felicidad momentánea y saca de un estante el libro que ha estado leyendo desde anoche... su querido y perfeccionista Juan Salvador Gaviota.

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Reunión de la comunidad

Reunión de la comunidad

Conjunction of Venus, Jupiter and the Moon, with the star Spica thrown in for good measure. Taken September 6, 2005, at 18:53 hours from Southern California. Canon 10D, tripod mounted, EF 100-400mm Series L lens at 180mm, ISO 400, f4.5, 1 second exposure.

Se acerca la próxima reunión. Con lo que me aburre pasar por este proceso. Como siempre, estáis invitados.

la, la, la...

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Foto hallada por puro azar controlado, aquí.

Nicanortividad

Nicanortividad

Cuando Nicanor lanza las pelotas al aire, todo se congela, y el mundo gira en tres direcciones y con tres nociones distintas. Una para cada bola. Y gira en el sentido x,y,z, y en el j,k,l, y en el n,m,ñ,...

Si además, Nicanor, estando congelado pensase en dar dos pasos hacia adelante o hacia atrás; el asfalto y el cielo se deslizan y se voltean, cómplices del estático Nicanor. Cómplices del Payaso Einstein de colores. Cómplices de los movimientos rojos y naranjas que creemos ver.

Todo se rehace, cuando Nicanor se quita el sombrero y te lo ofrece sonriendo.

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Giros postales

Giros postales

- ¿Y le enviaste la postal?
- No.
- (...)
- Mira que dejar pasar ocho años y aun no se la he enviado. Que desastre soy a veces.
- (¡¡!!)
- Estoy esperando a que se cumplan 10 años.
- Supongo que hay historias que es mejor que acaben así, sin enviar una postal.
- (...)
- A veces es mejor que el final sea así. Sin enviar una postal.
- No.
- (...)
- Todas las historias merecen acabar con una postal que llega.
- Es cierto.
- Y esta la enviarás tú por mi.
- (...)
- (...)

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Cecilia (la patata asesina) y el post (que tarda en escribirse)

Esta historia empieza con Cecilia, una patata que tenía problemas de autoestima en las plantaciones de Norteamérica...

... antes de ser cosechada, Cecilia se reunía entorno a la mesa con su padre y madre patata, sus hermanitos patatas y sus primos patatas. De vez en cuando se reunían a jugar (siempre bajo tierra) con las zanahorias o las remolachas. Jugaban incansables a quién se escondía más abajo y volvía a subir para liberar a los tubérculos rendidos. Pero Cecilia, a pesar de esa vida tan divertida, los juegos y los sueños de cosecha, siempre parecía un paso más distanciada de los demás, pensando y pensando, sin comentar a nadie aquello que barruntaba su deforme cabecita. Y es que Cecilia, no se sentía parte de su familia. Las solanáceas. No desde que en su corazón, se apuntalase el amor por una berenjena; que como todos sabéis, es un amor prohibido en el mundo vegetal...

... Y lo que es peor, es que esa berenjena no tenía buenas intenciones con Cecilia...

... Pasaban los días y se acercaba el tiempo de cosechar las patatas. Todas aguardaban anhelantes, la emoción ser abrazadas por cinco fuertes dedos y depositadas en la cesta que las llevaría a los más exóticos lugares. De la mano a la cesta, de la cesta al burro, del burro al almacén, del almacén a los barriles, de los barriles al carro, del carro al puerto y del puerto al clíper; que era un barco ligero construido en astilleros norteamericanos con un casco más fino y una proa inclinada impulsada por una fila más alta de velas, que empezaba a ganar en velocidad y navegabilidad a los viejos mercantes ingleses de carga anchos y lentos, y que era considerado el barco más rápido del mundo... en el siglo XIX.

... Ajena a todos estos grandes cambios del mundo preindustrial, Cecilia escondía a su familia (las solanáceas) la temeraria decisión de reunirse con su amado (la berenjena insensible) y vivir felices en ultramar. A bordo del barco más rápido del mundo...

... Y llegó el día de cosecha. Todas las hermanas de Cecilia se dieron cuenta muy rápido de que la vida apacible y revoltosa de la habían disfrutado hasta entonces, se acabaria en breve. Decenas de barriles de madera aguardaban silenciosos a ser copados con todos los tubérculos que las curtidas manos fuesen capaces de recoger. Cecilia, actuó con serenidad, metiéndose muy adentro de la tierra, jugando por primera vez aquel juego que nunca le entretuvo, justo el tiempo suficiente; y al cerciorarse de que casi todas las patatas habían sido cosechadas se dejó ver para quedar lo más arriba posible del barril que acogía a todas sus iguales...

... El plan de Cecilia era muy sencillo: dejarse caer en la canasta de las berenjenas en un oportuno bache del camino, que hiciese trastabillar el carro que les llevaría hasta el puerto más cercano...

(...)

El final es muy triste e histórico.

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Cíclope naranja

mirar

(...) En tiempos de los argonautas, jamás, mirar fue tanto...
... con un sólo ojo.

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Escrito delante de una pintada, a orillas de la M-603 en la ruta que lleva a otro grafitti de un asiduo de este blog.

Foto completa aquí (pero no la veas, déjale cíclope).

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Abrazado a Arturo

Abrazado a Arturo

Arturo subió por primera vez a un vagón de Metro cuando era un bebé. Y desde ese primer momento, siempre se asustó del bullicio que hay dentro de los vagones, y del traqueteo siniestro sobre los rieles, y del aspaviento que deja el monstruo de metal al entrar al andén. Con ojos asustadizos, miraba aquella mole de acero y madera que se acercaba como brazo que se estira y estira sin fin. Así que Arturo no halló otra solución que aferrarse fuerte a su madre, a su tía o a quienquiera que lo llevase en brazos al entrar al vagón. No importaba que fuera sentado en su silla confortable, nada más sentir a esa bestia compuesta de cajas metálicas, Arturo buscaba zafarse y se refugiaba en algo mullido. Con sus dos brazos, aprendió a buscar cuellos, nucas y bustos a los que sujetarse y no soltarse hasta sentirse inmóvil. Estático. En la acera.

Y Arturo creció.

Con el miedo.

Arturo es muy conocido en las líneas 4, 6 y 10 que por donde normalmente pasa a diario. Nada más entrar, están Don Emiliano o Doña Mariana que le abrazan con fuerza para minimizar el trauma inicial de entrar al vagón. Le reciben como a una pelota de rugby que es atrapada con ganas y garra, bien sujeto le acompañan de Bilbao a Argüelles, pasando por San Bernardo y le cantan alguna cancioncilla. En la línea 6, normalmente le recibe Eduardo o Roberto que a esas horas regresan a casa, luego de trabajar toda la noche, le abrazan recíprocamente y ambos van contándole pequeñas anécdotas de la noche, mientras se bambolean de aquí para allá. Le acompañan de Argüelles a Príncipe Pío pasando por Plaza de España y Arturo aguanta la respiración en la curva final antes de bajar y hacer la transferencia.. Finalmente, de Príncipe Pío a Batán, pasando por Lago la cosa es tan caótica que da lo mismo quien le abrace. Da lo mismo. Todos conocen a Arturo, y cuando le ven venir le abrazan con cariño y cuidado. En ese trayecto da lo mismo que le abrace un señor de corbata, un vigilante de la jaula de los leones del Zoo, una prostituta de Casa de Campo o tú mismo.

Arturo no sonríe, ni se asusta cuando viaja abrazado a alguien en el metro. Sólo le preocupa agarrarse bien a esa espalda, a esa nuca, a ese cuello que le lleva, mientras piensa en las cosas más normales del día a día... lavar sus camisas, comprar una buena colonia, cambiar de champú, renovar su cepillo de dientes, escribir las tarjetitas que suele dejar en los bolsillos de sus acompañantes y que dicen: “gracias!”.

Cosas normales.

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Final

A todos nos venden la moto, alguna vez, de que hay algo más allá de este más acá.
Estoy seguro de que al llegar allí (al más allá) hay un cartelito gigante que dice esto.

Segurísimo.

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Ángeles en bicicleta

Ángeles en bicicleta

Pasar como una saeta entre dos coches y autobuses interminables,...
Zigzagear entre peatones que cruzan correctamente y yo que entro por las rendijas de sus piernas como un tren bala,...
Doblarse sobre el manillar y rozar las manetas con los índices, adivinando el momento justo de frenar,...
Atravesar las puertas que se abren, la gente que cruza, los motoristas que caracolean, las manos que asoman, humo que envuelve,...

Bajar desde Castilla a Atocha con todos los semáforos abiertos, a un ritmo frenético; que sólo de espectáculo al público que viaje dentro de un autobús.

Y al que cierra los ojos sobre el sillín.

*** Segundo deseo pedido a San Telégiro, ángel guardián de todos los ciclistas.

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Juguemos a no ver

02espacios en lateral

Nunca tanta ausencia se me había presentado tan reunida.

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(()) Visto en Plaza de Oriente el domingo por la mañana. Hileras casi infinitas de sillas vacías, mientras hombres iban y venían ordenándolas una al lado de otra. La sensación era de encontrar un terreno nuevo, utópico, ideal, a punto de ser arrasado por un ejército de culos y pies.