Nunca sospechamos que Alfio vendría aquella tarde de sábado con semejante propuesta.
En su, recién inaugurado, matrimonio las cosas no iban del todo bien, pero aquella idea era algo que no estaba escrita en ningún manual.
Diez días después del convite matrimonial, su esposa debía marcharse de casa con lo puesto para ingresar en un manicomio por orden del psiquiatra que llevaba viéndola toda la semana.
Alfio se plantó delante de nosotros y nos pidió ayuda: "- Necesito que me ayudéis a llevar a mi esposita al manicomio".
Ante nuestro silencio, Alfio completó (con cierto entusiasmo velado): "Pero como no se va dejar, he pensado que nos pusiéramos pasamontañas yo y tú, y tú y tú (decía mientras contaba con el índice) y nos hiciéramos pasar por enfermeros para llevarla a buen resguardo."
"Lo hago por su bien!"-, soltó como conclusión musitada, mirando sus zapatos.
Mientras ensayábamos la mejor cara de asombro que podíamos, el silencio fue cortado por uno de nosotros (al que no le pareció tan mal el plan de Alfio) a la vez que se ponía de pie e imitaba las palabras con sus gestos...
"Accedemos, pero si nos dejas usar palas!"-, y allí dejó la idea flotando vaporosa, ruidosa, trágica y cómica, hasta caer a los pies de Alfio. Sus zapatos centro de todas las miradas.
Todos nos reímos, menos Alfio.
***
Un año después Alfio enviudó, y entonces ya no nos reímos más.
De hecho había olvidado esta tragicómica historia hasta hace dos años; y ahora hoy.
Y hoy es la última vez que la cuento.
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