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Corazón!

Corazón!

Me he encontrado un corazón alfilerado -no moribundo, sino insistido-, en plena calle, sobre el paso de cebra (tan rayado).
No trata de anatomía esta entrada de de hoy, sino de escapatoria.
Ese corazón no hablaba, pero se dejaba ver. No sangraba, ni palpitaba en cinemascope. Nada de casquería o brujería amazónica. Mucho menos mundos rosas de Disney o de Japón.

En realidad, para que nos hagamos una idea más cercana a lo que digo (que a lo que no) era un corazón de papel perfectamente recortado. En una hoja roja desgastada. Sin molde, ni patrón, creada por una mano sensata y convencida de sí misma a imagen de su propio corazón.

Un corazón feliz, latiendo tranquilito, en todo lo que da de si una hoja de papel lisiiiito. Basta cogerlo sobre la palma de la mano y apretarlo sólo un poco, para verlo saltar.

Pero ¡eh! de tanto apretarlo, el corazón ha saltado mucho –muchísimo- y se ha animado a volar. Ha subido en espiral hasta una cúpula bronceada, y ha visto el perfil de la ciudad, y ha tonteado con las plumas, acicateado algunas cometas perdidas, insuflado ánimos a globos peregrinos, ensartado con zapatos colgantes y todo aquello que hace un corazón feliz.

Pero hay espirales de subida, y otros de bajada. A las puertas de un centro comercial ha ido a parar el rojizo corazón.

Y de improviso, como todas las buenas historias que acaban de improviso, han llovido cientos de alfileres que le han dejado, no moribundo, sino insistido, en plena calle.

A la espera de mi paso.

Y de mis ojos.

*

En el centro

En el centro

Míralo con atención.
Adivina qué es.
Antes que te lo diga yo.
Jugábamos con ello de niños, dándole vueltas al cristal por si bajaba más rápido.
Pero no.
Adivina qué es.
Antes que te lo diga alguien más que pase por detrás de ti.
Mira con atención y expande las curvas hacia arriba y hacia abajo.
El tiempo corre y aun no adivinas.
A esto jugaba yo de pequeño en el salón de casa y le daba vueltas a los dos conos, mientras en el centro, lo que se veía es lo que vemos ahora.
La arena pasar.
Bonita metáfora.
Hacerla girar no la hace bajar más deprisa, pero si hace que pase más deprisa.
Entretenido.
Adivinando.
Jugando con un reloj de arena, y mirando fijamente su centro.
Por donde pasa el tiempo, la arena y todos los juegos que podamos imaginar.
Ayer o hoy.

*

Caracoles

Caracoles

Este texto es cortesía de la niña azul, venida de Pajaralandia. Se suponía que mi parte del trato era que yo iba a comentar en su nombre, pero ella lo ha olvidado y se ha comentado ella misma. Una risa. Sobre todo porque yo he olvidado comentar y esto de colaborar, ya no es lo que antes era. Una risa.

Camila se deshace en la ventana. Se pierde entre los laberintos de ladrillos que alguien dejó tan cerca de su ventana como para casi rozarlos con el cigarro.

Derecha. Izquierda. Derecha otra vez.

No distingue los cables de la pared. Sigue a las golondrinas que golpean el aire sin cortarlo, porque nunca llegaron a marcharse. Todavía no puede ver a Eulogio que espera descansado en la terraza a que su esposa termine de arreglarse para ir a misa. La piel de la garganta se pliega un poco dentro del cuello de la camisa y las hojas de sus macetas son tan brillantes que parecen deslumbrarles. Debe ser por eso que tiene los ojos tan cerrados porque no parece cansado. Aparta un bichito con cuidado y ve algo que se mueve en uno de los ojos de la pared, más que moverse se desparrama sobre el alféizar. Si es discreto no ve nada, así que arruga el entrecejo y estira el cuello para distinguir mejor a esa muchacha rojiza de la ventana de enfrente.

Duda entre disimular o no, se mueve despacio, y mueve la mano como si limpiara el polvo de las glicinias así, como quien no quiere la cosa...

Derecha, Izquierda, derecha otra vez.

Camila no sabe mirar a la cara cuando sospecha que la están mirando. Pero esta vez está cansada para una reacción. Apura el cigarrillo y se queda como hipnotizada con la luz que rebota en la calva de enfrente. Le gusta su corbata y sonríe, pero tan despacio que Eulogio no llega a verla. Su mujer lo llama desde el salón con un aura de mística laca que casi huele Camila desde su rincón. Eulogio cierra la puerta de la terracita y se queda un segundo tras los cristales mirando a los pájaros hermosos y el humo que caracolea, la ceniza que se detiene un instante para derramarse después como confeti soso. Camila ahora despega la mirada del reflejo de ladrillos que ha quedado en la ventana de Eulogio.

Derecha, Izquierda, derecha otra vez.

*

Pelota de Playa

Pelota de Playa

notriste

*

Carta a Nadie (en particular)

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No iba a añadir nada, porque en el mundo de nadie, nada existe más que la nada.
Pero aquí, cambia hasta la caligrafía, así que diré que me encanta leer lo que se ve y lo que no se ve.
Sirvan de testigo Cervantes y su antigua lengua, un iPod compañero del desmarañamiento y la tapa roja del boli que tatuó el primer mensaje.

Si es que lo digo siempre: Nadie conoce a nadie.

*

Boxeo bíblico en espiral

Boxeo bíblico en espiral

Caín va en un vagón de metro, agotado, mal sentado, rendido por el día, dormitando, abrazado a un viejo maletín de cuero repleto de papeles oficiales: leña burocrática. Pero ahora la cosa no va del contenido de su maletín, sino de su cabeza. Se ha dormido mientras repetía la palabra soñar, soñar, soñar, soñar... y al soñar regresa a su infancia.

Abel, justo en ese momento, baja las escaleras de dos en dos, con energía, vestido de Armani, perfumado y como un bailarín ruso, salta al andén... a esperar un vagón de metro que lo lleve al centro.

Caín regresa a su infancia, entre sueños, y revive las horas muertas después del cole, cuando jugaba solo y un grupo de chicos más grandes, del barrio, malvados, que siempre pasaban por allí, empiezan a empujarle. La maldad en el ambiente. Fragilidad del bambú y el viento que intenta destruir la voluntad. Un ángel de la guarda que está de baja por stress. El miedo. Pero Caín está soñando y decide dar la vuelta a la tortilla, y se hace mayor y un poco menos bueno. Y abofetea a los malvados. Tímidamente al principio, pero la saña crece y aunque está soñando, un hombre desmadejado sobre el asiento de un vagón, sonríe dormido.

Abel siente el mazazo sobre su cara. Se agacha adolorido, paralizado, antes por la sorpresa que por el daño. Aturdido se incorpora y se sacude rehaciéndose.

Caín ya no está en el patio de un cole, sino en una plaza haciendo botellón, solo, y los chicos a los que golpeaba, son mayores de nuevo, se burlan de él, le insultan, le amenazan, le rodean, le golpean, la maldad que alimenta, y Caín se revuelve. Es un sueño. Se hace mayor, más fuerte, y arremete contra todos con malevolencia. Y vence de nuevo.

Abel cae de rodillas, atenazado por el dolor. Todo se sucede rápido como en espiral.

Caín llora UNA lágrima con los dientes apretados mientras duerme y sueña dentro del vagón. Pero el ciclo se repite, una y otra vez, siempre es perseguido, es derrotado, odia, se hace mayor, sueña, vence y aprende. Su némesis también.

Abel yace despeinado sobre el andén recostado de la pared, llora quedamente, llora, llora, llora, llora porque recibe su merecido y reconfortado por que han cesado las punzadas sobre su cuerpo. Sobre su mente. Aliviado, intenta respirar grandes bocanadas de aire. Todo el que puede y le permiten sus doloridas costillas. Siente una mezcla de arrepentimiento y vergüenza, contraponiendo toda la arrogancia y soberbia que portaba antes de bajar al andén.

Suena un pitido. El vagón ha llegado. Se abren las puertas. Un hombre con un maletín en la mano se cruza con un hombre de Armani que se dirige al centro.

Cien Caínes y Abeles se cruzan en las puertas.

*

Swibel

- Hola -dijo Sofía-. ¿Quién eres?

- Soy Alicia -dijo la niña, e hizo tímidamente una reverencia.

- ¿Y qué te trae por aquí? -preguntó Sofía.

- He venido a darte estas botellas filosóficas. Entregó las botellas a Sofía. Las dos eran de cristal transparente, pero en una había un líquido rojo y en la otra un líquido verde. En la botella roja ponía BÉBEME, y en la verde, BÉBEME A MÍ TAMBIÉN. En ese instante pasó corriendo por la cabaña un conejo blanco, erguido sobre las patas traseras y vestido con chaleco y chaqueta. Se paró justo delante de la cabaña, sacó del chaleco un reloj de bolsillo y dijo: «Ay, ay, voy a llegar tarde». Y continuó la carrera. Alicia le siguió, pero antes hizo otra reverencia y dijo:

- Ahora empieza de nuevo.

- Da recuerdos a Dina y a la reina -gritó Sofía tras ella.

Y Alicia desapareció.

Sofía se quedó mirando las botellas.

- BÉBEME y BÉBEME A MÍ TAMBIÉN -leyó Sofía-.

No sé si atreverme.
Pero de igual manera, bebió.

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1979 blue

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Cuando el conejo azul regresa a casa con las pócimas gastadas, regresa contento. No de alegre, ni de feliz, sino de lleno. De vacío. Baja la ventanilla y sabe que siempre es apetecible tener una amena conversación con los amigos, en los que se habla de todo, de temas impropuestos, uno apoyado en la ventana, la otra con los brazos relajados sobre la mesa o mirando a Alicia desde muy lejos.

Y claro, regresa en una calabaza de cuento.

*

(hacer clic, aquí, si tienes paciencia y un poco de adsl).
(en cualquier caso: desistir si apetece hacer otra cosa).

*

Pixel sobre B/N

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La subo. La filtro. La cierro. La reabro. De 24 Colores a 8 grises. La cierro. La abro. La trazo. La coloreo. Una. Dos. Diez. Quince veces. Qué es lo que quiero. La cierro. La filtro de nuevo. Puntillismo moderno. Modrian en Pixel. Los sellos se ríen. El Canario verde está agotado. Silbo. La bajo. La traigo ante todos. Que cante. Lo que quiera.

*

Regalos como globos

Regalos como globos

Soy inmune a la navidad. De pequeño un árbol(ito) me cayó en la cabeza y me hizo huir de todas estas celebraciones. Con el tiempo, y según, iba adoctrinándome en los mensajes anti-navideños, una pequeña grieta acicateada por llevar la contraria ha hecho que de vez en cuando escape un riachuelo de color verde, rojo y azul.

Así que me he ido de compras con vosotros en mente. Una pequeña cosa, que en realidad proviene de cada uno de vosotros. Los que venís a spica y dejáis mucho más que regalos delicados y minimalistas, enloquecidos o curiosos.

Que os quiero un montón, y por eso aquí no hay tonterías para nadie. Todas cosas maravillosas. Como vosotros...

Vireta 

Nuala Wiki

Guisante verde

Nadie

Burma Descalza

Nepomuk World

Fujur 

Ababol

Saravá

Eride apple

Amelie

Lord Jim

Sombrilla insolada

Glassy Glass

Borjo Bilbo

Patricia

Gacela

... no podían faltar los regalos anónimos... Un juego Un móvil Un comic Un Peluche Un zoo Una historia animada.
 

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Calle Mayor, 89 (revisited)

miscomments

Y la calle se lleno de murmullos, de pensamientos, de ideas, de fragancias, de voces como graznidos, bocinas decibélicas, casi babélica, tantas pinceladas como gente pasaba por allí.

Y yo sólo hacía !clic!

Clic, clic, clic, clic...

*

En Arrière

En Arrière

Hace ya bastante tiempo, tuve una novia que era bailarina de ballet, que a su vez tenía una madre poeta y un padre filósofo.

Y aunque mis amigos estaban ansiosos por acrecentar la leyenda de las novias bailarinas, la puritita verdad es que yo estaba fascinado con los animales sagrados que tenía por suegros. El hecho de que estuviesen separados merecía doble atención a sus excentricidades y al mundo que podrían crear alrededor de sí mismos. Ella, tenía una casa llena de alfombras y tapices infinitos, con libros apilados en desorden por dondequiera que mirases. Siempre andaba descalza por casa y danzaba de aquí para allá, mientras yo me perdía entre montones de libros viejos o recién impresos. Él, tenía una biblioteca como la de Alejandría; perfectamente ordenada y catalogada, rodeada de humo de pipa de marinero y sabor a café fuerte, denso, casi rancio. El sol inundaba la casa de la primera. Y las sombras la del segundo.

Aún la veo a ella, preguntándome si me gustaría leer un pequeño compendio de poesía que estaba por publicar, y a la vez que me lo entregaba en mano, mostrándome la contraportada con su foto y diciendo: “no es mi mejor pose, ¿verdad?”. Aún lo veo a él, recostado en una especie de silla-diván preguntándome si había leído a Kant e indicándome con la pipa, dónde podía encontrarle dentro su librería personal.

Y claro, a mi se me iban las horas en esas dos casas, de luz y sombras, con la poeta y el filósofo. Y más tarde, llegaron sus nuevas parejas a mi vida, ella una alfarera de altos vuelos que adoraba a Kant y el tabaco de pipa; y él un crítico de teatro que adoraba los libros apilados y las alfombras gastadas.

Y claro, estos a su vez tenían ex-parejas que...

Fue entonces cuando, en medio de tanto vaivén, actores secundarios y piruetas en el escenario, apareció mi novia ejecutando un paso en arrière y me alejó de la audiencia y de la compañía de baile, y de la poesía, y de Alejandría...

... y llegó la hora del Pas de deux.
Una cosa, la puritita verdad, que yo no había visto nunca.

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Monocro-me

fina2

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