Corazón!
Me he encontrado un corazón alfilerado -no moribundo, sino insistido-, en plena calle, sobre el paso de cebra (tan rayado).
No trata de anatomía esta entrada de de hoy, sino de escapatoria.
Ese corazón no hablaba, pero se dejaba ver. No sangraba, ni palpitaba en cinemascope. Nada de casquería o brujería amazónica. Mucho menos mundos rosas de Disney o de Japón.
En realidad, para que nos hagamos una idea más cercana a lo que digo (que a lo que no) era un corazón de papel perfectamente recortado. En una hoja roja desgastada. Sin molde, ni patrón, creada por una mano sensata y convencida de sí misma a imagen de su propio corazón.
Un corazón feliz, latiendo tranquilito, en todo lo que da de si una hoja de papel lisiiiito. Basta cogerlo sobre la palma de la mano y apretarlo sólo un poco, para verlo saltar.
Pero ¡eh! de tanto apretarlo, el corazón ha saltado mucho muchísimo- y se ha animado a volar. Ha subido en espiral hasta una cúpula bronceada, y ha visto el perfil de la ciudad, y ha tonteado con las plumas, acicateado algunas cometas perdidas, insuflado ánimos a globos peregrinos, ensartado con zapatos colgantes y todo aquello que hace un corazón feliz.
Pero hay espirales de subida, y otros de bajada. A las puertas de un centro comercial ha ido a parar el rojizo corazón.
Y de improviso, como todas las buenas historias que acaban de improviso, han llovido cientos de alfileres que le han dejado, no moribundo, sino insistido, en plena calle.
A la espera de mi paso.
Y de mis ojos.
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