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Kabuki accidental (1)

Kabuki accidental (1) Llovía a raudales y una bici se movía despacio sobre un camino rodeado de extensos sembradíos de arroz. Aquella región de impronunciable nombre había supuesto una etapa más dura de lo esperado y a esas horas, bajo el temporal, lo importante era llegar a la casa de los tíos de Tamura.

(Perdón, Tamura no. Sólo debía referirme a mi amigo como Tamura-San)
(TA-MU-RA-SAN)

Las indicaciones eran relativamente sencillas de seguir y estaba a punto de alcanzar la villa dónde podría acomodar mi malogrado y mojado cuerpo durante una noche.
Antes de partir de Madrid, le pedí a Tamura (SAN) que me diese alguna idea para agradecer la hospitalidad de su familia ante mi inusual visita, pero entre los preparativos del viaje y otros menesteres sólo acertó a decirme que comprase un poco de queso a la entrada de la villa y que no pagase más de 500 yenes por ello. Eso les haría ilusión y sería un bonito detalle.

Y así fue. Nada más entrar en la villa bajo la persistente lluvia y después de observar con cansancio la alargada distribución del pueblo, me acerqué a lo que me pareció una tienda de alimentación. En realidad era un bar, pero yo no lo sabía.

Bajé de la bici, la recosté cerca de un poste, y entré al local completamente empapado dejando tras de mí un cielo gris y muy mojado.

***

Lo que vieron aquellos hombres y mujeres no se había visto nunca en aquel lugar. Por la puerta entró de improviso un chico joven con ojos de vaca, jadeante, destilando agua de sus extrañas vestiduras, con un casco rojo fuego en una mano y un envase verde oliva en la otra. De sus oídos emergían unos hilos que le rodeaban el cuello y bajaban por su espalda, sus pasos retumbaban metálicos sobre el piso pulido, y a todos dio la sensación de ser un actor peregrino de teatro Kabuki, que venía esa tarde a representar una obra a cambio de un cuenco de arroz tibio y un vaso de sake.

De inmediato cesó la algarabía habitual de la casa, y todos esperaban inmóviles al desenlace de la escena. El sake sobre la mesa, el olor a costillas de cerdo en el ambiente, las risas despreocupadas... todo se detuvo en un súbito momento.

***

(Continuará...)

8 comentarios

miss guisante -

Existe!!!

Carlos -

Julia, gracias por el regalo. Por un momento pensé que te la "inventariaste" así sin más.

Pero existe. Miré en por ahí y existe.

miss guisante -

Carlos, te regalo una palabra:
INVENTARIAR
No sé por qué al leerla pensé en ti. Raro viviendo a años luz. ;)
Julia

evam -

Vaya, vaya, una historia así como en plan manga, ya me contarás como queda ;)

Nepomukie -

Oye, pues me gustaría a mí tener esa bicicleta que te lleva al siglo XVIII ¿eh? allende el viejo Imperio no disponía de televisores, periódicos, bebidas isotónicas, censura para el pubis...
Me están entrando ganas de comprarte una lambretta.

ivan -

Muy wena la historia....pero la intriga me esta matando...necesito la segunda parte!!!....jeejeje.

un saludo.

fujurdragonblanco -

Dios! como me verían a mi si ahora mismo tal cual estoy me plantara en una panaderia clásica de Perú? Qué locura. Gracias por recordarme que la gente no ve las cosas como las veo yo.

Nuala -

¡Qué suspense! ¡Esto no se haceeeeee!

¿Le venderán el queso?

Por lo menos no pensaron que era God*bizi*lla. :D