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Gary no lo cuenta así

Gary no lo cuenta así

Llegamos un domingo nublado a Buenos Aires.
Cansados, curtidos, tostados, con dones de gentes, con ganas de escurrirnos una y otra vez por las calles sucias de la capital. Ese último guisante en el plato. Un epílogo cultural en nuestras cabezas y en nuestras manos carcomidas. Bajamos hambrientos del autobús y al salir del andén enfilamos hacia la estación de Retiro , muy cerca de la Torre de los Ingleses. Miramos hacia arriba, miramos hacia abajo y nuestros ojos se detuvieron en un puesto de milanesas que exhibía, quizás, las delicias del día anterior. Comimos sentados en la Plaza de San Martín como en una foto en blanco y negro, sin nadie alrededor. Una cosa normal un domingo a las 7 de la mañana. No había nadie. Al terminar, como marionetas movidas por un mismo bastón, subimos a nuestras bicis y nos dejamos caer en pendiente, entre la cuadrícula de la ciudad. Siempre hacía el centro movidos por la gravedad. Despacio. Como si fuéramos agua que corre por el arcén, al lado de la acera. Con la sensación de que no había nadie en la ciudad. Y en realidad, no había nadie. Nadie que pensara en nosotros, a esas horas. Sintiendo el frío y la bruma de Buenos Aires de esa mañana histórica. Pisando colillas viejas de la fiesta del sábado. Mirando, mirando, mirando, resbalando, torcer aquí, allá, sin intención, sin mapa, mirando, mirando, mirando...

Y de repente,... la puerta cerrada de un hostal, que se abre repentinamente. Un pie blanco que asoma. Un hombre delgado que sale a la acera. Con una mochila en la mano. Un sudafricano. Un sudafricano rubio y simpático que nos mira fijamente y entreabre la boca con nosotros. Un sudafricano rubio y simpático llamado Gary, que habíamos conocido en una histórica ocasión. Una sola vez. Una sola vez en un café de Valdivia. Un Gary despedido en Valdivia hacía 21 días y 15 horas en una fecha imposible, en una calle irreversible, detrás de todo lo que hicimos después, detrás de 100 decisiones inconexas, tantas como pueden disponer dos ciclistas distintos. Detrás de veinte trenes, cinco bodegas, viento afilado, asfalto incandescente, conciertos, volcanes, ríos, heridas, Portillo, corales, vino barato, espejos por oro, “jamás le volveremos a ver”, torres de arena, pingüinos, circos, uvas del camino, viento lacerante, cansancio, milanesas, vitrinas, aceras, mochila...

El tiempo suspendido, hasta quedar detenidos los tres en una acera de Buenos Aires. Él con la mano sujetando una mochila y nosotros con las manos entumecidas apretando el freno de las desgastadas bicicletas.

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14 comentarios

la sombrilla insolada -

Y supongo que entonces decirle a Gary "Hasta la vista" sí que tiene sentido

nadie -


También puede ser que tanta casualidad sea simplemente producto de un fallo en Matrix. Entonces tu Gary omnipresente sería... un error de sistema.

vireta -

me ha encantado lo de "a cargarnos todo, como paquidermos enloquecidos".... !!!! jajajajjjjaa

carlos -

Nadiecito, te acabas de cargar mi mayor ilusión de las casualidades. De todos modos, ya puestos a cargarnos todo, como paquidermos enloquecidos, he de decir que ir al plato del Diario de Patricia, también era una alternativa. Encontrarnos allí por casualidad, que bonito.
Ah!, me olvidaba!, al sudafricano, lo encontramos también en Disney Paris y en Isla de Pascua.... cosas del turismo, lógicamente.

nadie -

No quiero romper la magia de tu recuerdo... pero ¿no te has parado a pensar que todos los turistas del mundo recorremos mas o menos los mismos sitios?
Conozco el caso (real) de dos hermanos que vivían en diferentes paises, que no se veían desde hace años y se encontraron casualmente (con sus respectivas familias, hijos, etc) paseando por la muralla China.

carlos -

aquí entre nosotros, no creo en el azar. no desde el punto de vista filosófico, sino el del ignorante. Es decir, que siempre me sorprende, y no termino de aceptar la frase "es así, el destino está ahí, me pasa a mi, ati, a túa..."
A mi siempre me pilla desprevenido, y creo que una cosa así, solo me pasa a mi y a nadie más, sin decir que nunca más volvería a suceder sobre el universo.

un ignorante completo.

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Patricia -

Eso es lo bueno que tenemos. Que nunca sabemos lo que nos va a pasar o con quien nos vamos a encontrar.

Glassy -

Las afirmaciones categóricas son las plegarias que el dios Murphy escucha. Como no tiene conciencia del bien y el mal, no debemos decir que es un dios negativo, ya que en tu caso te trajo la fascinación de un buen reencuentro.

Su única motivación es llevarnos la contraria.

arrebatos -

El orden del caos. Azar, destino, casualidad o causalidad... ¡qué más da! Pequeñas sorpresas que vamos sembrando sin saber y recogiendo al vuelo con una sonrisa.
Tras siete u ocho años sin verlo, tropecé con un amigo de mi adolescencia en un bar de Bergen, en Noruega. ¿Qué azar nos hizo cruzar nuestros pasos?

fujurdragonblanco -

Vaya, por un momento creí estar leyendo a Paul Auster y su maravilloso munco de las casualidades caóticas...

vireta -

esos momentos son tan únicos q a uno le gustaría quedarse mecido en ese tiempo, apalancarse y quedarse un rato mas...

carlos -

preguntadle a nadie que el sabe mucho del tema.

Nu, como mínimo, Gary lo contará en inglés.

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bacterio -

¿Y el reponsable de eso fué el azar o el destino? (o Destino)

Nuala -

El azar saca de su chistera otro encuentro improbable: ¡magia!

Nuestros ojos sonríen.

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¿Cómo lo cuenta Gary?