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*** Periscopio en el parqué (ver. extend.)

<font color=red>*** Periscopio en el parqué (ver. extend.)</font> Etienne está montando una lámpara en una habitación de pulido parqué.
Tiene en la mano un pequeño tornillo, diminuto, que es el único elemento que falta para culminar con éxito su pequeña tarea.

Pero el tornillo, traidor y diminuto, resbala entre sus dedos, golpea la escalera de madera en la que está subido y cae armoniosamente por todo el parqué de la habitación. Hasta perderse de vista. Siguiendo las leyes de Murphy, se esconde allí dónde todo es más improbable, más alejado, mas jodido de alcanzar.

Etienne baja despacio de la escalera mientras masculla entre dientes alguna palabra subida de tono. Se queda de pie, mirando el parqué, aguzando la vista, entrecerrando los ojos, como si ese acto le hiciera ver mejor. Da una vuelta alrededor de la escalera mientras mira al techo y a la lámpara sin completar.

Y entonces... Etienne se hace pequeño. No del tamaño del tornillo. No. Esas son cosas de Alicia “la loca-tonta del cuento” y sus brebajes estúpidos. Esas son cosas de conejos, espejos negros y países extraños. Etienne se hace pequeño porque regresa a sus 7 años.

Y es con 7 años que Etienne se tumba bocabajo sobre el parqué, con la oreja pegada a la madera lustrosa y el ojo derecho a ras de piso. Y su así, en vertical, Etienne es sobrenatural, poderoso, dueño de un ojo con capa roja y una “O” en el centro.

Y cuando Etienne se tumba de esa manera, no hay quien le gane en la búsqueda de objetos diminutos. Un mundo nuevo aparece ante sus ojos. No se escapa ni el polvo.

¿te acuerdas de cuando eras Etienne?

“Rétame, rétame... a que lo encuentro antes que tú!”... esa aguja... ese botón... ese hilo... ese grano de arroz... esa moneda... esa tuerca oxidada... “mira, mira, giro como un periscopio a ras de suelo”... “como un submarino que no se hunde”. Soy Etienne el que todo lo ve. No en las alturas como el Milano, ni la espesura como el lince. En el parqué, aquí en el piso. Soy Etienne el cazador de las cosas pequeñas que se extravían a ras de suelo. El mejor, el mejor...

Etienne ya no entrecierra los ojos. Ya no importa la lámpara, ni la escalera. Sólo busca y busca hasta que dice con voz emocionada:

“Te gané!”

Etienne encuentra su tornillo diminuto.
Y se lo entrega a Etienne el perdedor, el viejo, el que sabe de lámparas y ya ha olvidado ser cazador de las cosas pequeñas.

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