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Spica *

Un viejo y yo

Viernes, 1 de la madrugada.
Tengo hambre y salgo a la calle en busca de algo rápido para comer. Me acerco al bar más cercano un poco inquieto por el encuentro con gente alegre.
El bar está a reventar de gente, a pesar de ser un lugar cutre que intenta ser atractivo al público. Familiar, pero juvenil sin olvidar a los viejos jubilados del barrio.

Entro.
Ruido, olor a sudor, a perfume de sábado, a tortilla desabrida. Todo llega a mi cabeza de golpe y tengo una leve sensación de mareo.

Es el hambre.
Busco al tío de la barra y lo veo al otro extremo, lejano, despidiéndose de un viejo despeinado y medio borracho que acaba de beber su última copa.
El olor a tabaco me abraza y lo asocio con la figura del viejo. Me entra por los pulmones, por los poros, por los ojos.
Un poco de desesperación se adueña de mis sentidos y adentro del local, en las últimas mesas, un grupo de hombres da voces y cantan jodidamente mal. O al menos eso es lo que me parece.

Mejor marcharme, pienso.
Cuando estoy a punto de irme, aparece en la barra una chica treinteañera y me pide fuego.
Lleva un abrigo largo de cuero, falda corta, medias negras muy usadas y unas botas que le lucen mucho. Tiene los ojos grandes, los labios rotos y las manos gastadas; casi como de papel periódico.
La miro dándole a entender que no llevo mechero, y sin darme cuenta el tío de la barra pasa su brazo por encima de mi hombro y enciende con habilidad el pitillo de la chica. Doblo mis rodillas, por educación, pero la postura me hace sentir humillado. La chica da las gracias a secas, no va dirigida a nadie, a la vez que lanza su primera bocanada directo a mi cara. Se da media vuelta y se marcha. Un dedo golpea sobre mi hombro para preguntarme que quiero para beber.

No quiero nada. "Gracias".
Me muevo entre la gente para salir y voy impregnándome de todo el bar como si estuviese haciendo mi equipaje hacia la calle.

Al fin salgo.
Veo al viejo sentado en la parada del bus enfrente del bar. Está dormido. O al menos eso me lo parece.
Me quedo de pie con las manos en los bolsillos. No tengo hambre y ahora mi sensación es de embotamiento, como si hubiese dado cien o mil vueltas sobre mí mismo. Del bar sale la chica de las medias negras acompañada de un hombre que canta jodidamente mal. Caminan abrazados, dando pasos cortos y desacompasados. Ella me mira y él busca mis ojos mientras pasan a mi lado fumando y cantando respectivamente.

El viejo y yo miramos cómo se alejan abrazados.

4 comentarios

imaginate -

Me gustaba tener 30 años.
Me gustaba mucho.
Luego dejé de fumar y empezó a gustarme el sexo

Patricia -

Que familiar me resulta la escena. Pero yo al final ceno y vuelvo a casa apestando a tabaco, sin haber mirado siquiera un pitillo (es que yo no fumo; sólo de forma pasiva)

Carlos -

Sim cené muy bien.

El de la historia y el viejo, se me hace que regresaron a casa sin dar bocado

Nuala -

Qué curioso. Es la tercera de treintaitantos que veo hoy: Una estaba liada con un intelectual mayor que ha pasado a mejor vida, a la otra se la han llevado al campo para leerla sentados en una piedra mientras miraban el río y la tuya se buscaba compañía en los bares.

Debo ser la única que ha pasado sola el fin de semana. :D

¿Pudiste cenar algo al final?